La historia de la literatura está construida sobre los despojos de miles de escritores que, a pesar de los cientos de horas de vuelo invertidas en sus manuscritos, nunca alcanzan la tan anhelada inmortalidad con sus letras.
Aunque este año se cumplirán tres décadas desde aquella buena mañana de octubre en que su nombre fue ungido por la Academia Sueca, los relatos de Nadine Gordimer adquieren una refrescante vigencia contemporánea motivada por la irrupción febril de movimientos afrodescendientes de reivindicación de derechos como “Black Lives Matter”. Estos exigen la misma justicia racial que la autora sudafricana defendió a lo largo de su prolífica bibliografía por medio de sentidas historias en las que abarca los nefastos efectos sociales de la discriminación fomentada por el Apartheid y la paradoja de una sociedad que debe aprender a perdonarse a sí misma para doblegar a los fantasmas que la anclan al pasado. Su voz, firme y maternal al mismo tiempo, denuncia con vehemencia el racismo enquistado en su país y suena atemporal y oportuna dado los tiempos que corren.
Injustamente, las obras de Nadine Gordimer son un tesoro raro de encontrar hoy en día pues, salvo por algunos títulos que todavía se pueden importar desde España como “La Hija de Burger”, “El Conservador” y su última novela “Mejor Hoy Que Mañana”, el resto de su catálogo es prácticamente inaccesible porque no se ha vuelto a imprimir en español. Parte de esta escasez podría achacarse a la mala fortuna de que los derechos de varios de sus trabajos fueron adquiridos por sellos que naufragaron en las turbulentas aguas del mercado editorial. Versal, Norma, Bruguera o Espasa-Calpe, la lista de caídos es extensa y tras cada rendición de uno de ellos los lectores de habla hispana, a su vez, perdieron un pedacito de esta gran autora, aunque con un golpe de suerte todavía es posible encontrar joyas como “El Salto”, “El Arma de la Casa” y “La Historia de Mi Hijo” en algunas librerías de segunda mano.
Independiente, feminista y atemporal, la literatura de Nadine Gordimer tiene todas las papeletas para reencaucharse de nuevo, 30 años después de su gran día, y devolverle su importancia al legado de una pluma visceral que hablando desde el dolor de su corazón consiguió la hasta ahora imbatible hazaña de ser la única mujer africana que en 120 años de historia del Premio Nobel ha sido merecedora de tal honor. Su ausencia es un inexplicable enigma.