Francisco, ¿se le mide?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



En los puntos de encuentro para empezar la marcha se observan centenares de jóvenes de aspecto variopinto y heterogéneo; rostros del mestizaje y la desesperanza. Los llaman “nini”: ni estudio ni trabajo.
Deberían denominarse “sin”: sin oportunidades, sin esperanza, sin futuro, sin arraigo, sin nada, abandonados por una sociedad cada vez más egoísta, excluyente, desigual. Creen que la protesta social es la manera de visibilizarse y exigir sus derechos, de participar y ser alguien útil para los demás. Han perdido tanto que hasta perdieron el miedo a la muerte, afirman. Luchan por sus compañeros caídos, lesionados, desaparecidos. Sus héroes no son Bolívar, Sucre o Santander; de hecho, les son indiferentes. Pero se sienten representados en Dilan Cruz o Lucas Villa. Y sus enemigos, dicen, están en las oficinas de gobierno y las fuerzas del estado. La gran mayoría es gente honesta y cree en su lucha; pero en las concentraciones y en sus marchas aparecen algunos infiltrados de orígenes distintos y antagónicos, dispuestos a crear el caos.

Cerca de ellos y listos para actuar hay rostros similares metidos en el uniforme de del Esmad, viviendo sus propios dramas: entre el deber y la necesidad, obedecen órdenes, so pena de destitución juicio. Lucharán contra personas iguales a ellos, quizás del mismo barrio y hasta familiares, posiblemente. La mayoría es honesta, pero habrá algunos adoctrinados creyentes de la teoría del enemigo interno, y por ello deben enfrentarlos. Cuando acaece el choque, los comerciantes temen con razón que sus locales sufran daños, y los oficinistas protegen su integridad abandonando pronto sus despachos. Vigilantes privados y policías, del mismo pueblo al que enfrentarán, resguardan edificaciones y establecimientos en espera de lo peor.

Muchos ciudadanos creen honestamente en las marchas como solución a los problemas originados en las decisiones gubernamentales; otros, sin embargo, están profundamente convencidos de que las protestas tienen el propósito de destruir el país, vándalos dispuestos a destrozar todo lo que encuentren a su paso buscando una dictadura para quitarnos nuestras propiedades. Algunos se armaron para enfrentar esa supuesta amenaza y salieron a mostrar los dientes; otros, pacíficamente, pidieron levantar paro y bloqueos. Hay periodistas que informan honestamente lo que ven; otros desinforman deliberadamente y los hay quienes actúan en contra de sus convicciones por mera necesidad.

Los medios tradicionales enfatizan en los destrozos causados por los enfrentamientos; los canales independientes intentan presentar una visión completa, y otros pretenden encender los ánimos. Algunos políticos, en pleno año electoral, buscan réditos en estas confrontaciones; los hay también con posturas honestas y constructivas en tan difícil situación. El gobierno considera a la represión como su mejor respuesta, y se niega al diálogo con los manifestantes: la protección al ministro de defensa es un claro signo. Las redes sociales se convirtieron en otro encendido frente de batalla.

Al final, hay una clara desconexión y antagónica difidencia entre todos esos sectores sociales. Se necesitan salidas rápidas y efectivas que no aparecen; faltan esos gluones que congreguen respeto mutuo, armonía y paz. Las partes deben escucharse, entenderse en sus diferencias y cesar la protesta mediante la atención de las necesidades sociales urgentes sin que se nadie se sienta derrotado. La vía es un amigable componedor, un conciliador. La cultura wayúu tiene la figura del palabrero, Pütchipü’üi, encargado de resolver conflictos de convivencia y mantener la tranquilidad de la vida comunitaria; lo caracterizan su experiencia, sabiduría, prudencia, confiabilidad, honestidad y, claro, su vestidura: sombrero womu, gafas oscuras, guayuco, faldón, calzado guajiro (guaireñas) y el bastón, waraarat, que simboliza la flexibilidad y la rectitud para tomar decisiones justas.

Con total desconfianza entre las partes, en nuestra actual situación ese palabrero debe ser alguien que facilite el diálogo y los acuerdos; alguien que genere credibilidad y respeto entre todos. Y una de esas figuras podría ser el Papa. Francisco: ¿se le mide a ser el palabrero que resuelva este problema? Usted tiene el perfil idóneo.