Superliga europea, un fracaso anunciado

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Unos pocos candorosos creyeron que la Superliga Europea de Fútbol sería una realidad inmediata: ilusionaba un torneo con los mejores del balompié mundial.
Su principal promotor, Florentino Pérez, alegó que buscaba salvar el fútbol de una crisis económica. Pero no era percibido así por la UEFA, los futbolistas y demás actores del fútbol mundial, particularmente, por las encendidas protestas de los aficionados que sostienen a los clubes. Las amenazas de la FIFA a los clubes apenas sofocaron el incendio, pero no apagaron las llamas.

Europa es la meca del balompié. Los mejores jugadores del planeta anhelan un contrato en el viejo continente. Les resuelve afugias económicas, visibiliza países poco mencionados, fomenta derechos televisivos, permite la llegada de otros jóvenes a la élite mundial, y activa un sinfín de motores económicos detrás de un balón. El negocio del fútbol mundial es gigantesco, y en él se entremezclan desde ambiciones deportivas hasta oscuros entresijos; se han aplicado sanciones judiciales y deportivas desde apuestas clandestinas y arreglo de partidos hasta cárcel a los más altos dirigentes de la Fifa.

Para 2019, las cinco principales ligas de Europa declararon más de €25.000 millones; Brasil factura €1.300 millones/año. Se estima que, antes de contratos publicitarios, apuestas legales, merchandising y otras arandelas, el planeta fútbol factura unos €40.000 millones anuales. Antes de la pandemia, la industria del fútbol en España se acercó a los €16.000 millones, 1.4% del PIB. Hay allí 42 clubes profesionales entre primera y segunda división; 185.000 personas viven del balompié. Cada mundial mueve cerca de USD5.000 millones en solo un mes; 4.000 se reparten entre las selecciones participantes; el resto, a la Fifa y la organización. Antes de Dubai…

Con semejantes cifras, los clubes de élite han distorsionado las finanzas del fútbol. Mientras el Barcelona recibió en 2020 €165 millones por derechos de televisión, el Real Madrid 156 y el Atlético 124, ninguno de los clubes más chicos alcanzó los € 50 millones.

¿Es mucho dinero? Sí, y no. En términos absolutos, son cifras grandes. Pero los costos de los clubes con licencias federativas españolas incluyen sede propia, junta directiva, jugadores profesionales, personal diverso, plantilla técnica y funcionamiento, además de apalancamiento económico, y eso no es barato. Los derechos deportivos de un futbolista de élite fácilmente pasan los €100 millones, antes de extravagantes salarios, premios y otros agregados. Además, la competencia por adquirir a los mejores lleva a los clubes más ricos a ofrecer sumas que, sí, son recuperables en poco tiempo, pero que por su dimensión arriesgan sus finanzas y alejan a equipos chicos de jugadores que mueven torniquetes, encienden televisores o marcan publicidad en sus camisetas.

Así las cosas, la situación económica no es fácil para nadie. El vórtice de supervivencia para un club de élite es abrumador, y solo resiste quien pueda competir; corresponde entonces tener a los mejores y facturar grandes sumas a costos enormes, casi suicidas. No es fácil pertenecer a la crema y nata deportiva, pero es más complicado para los equipos de corto presupuesto. Los dirigentes enloquecieron y arrastraron al planeta fútbol en su insania.

Una superliga les permitiría a esos clubes respirar económicamente: Barcelona adeuda €1,173 millones, y debe pagar 730 antes de junio; los extravagantes contratos del saliente Bartomeu asfixiaron al blaugrana. Sólo una extraordinaria gestión hará flotar al barco que se hunde. El coronavirus puso en jaque al Real Madrid; los ingresos proyectados no aparecieron, y el superávit apenas pisó los € 325.000 después de bajar los salarios de los equipos de fútbol, filiales y otros deportes, directivas incluidas. Pero esa superliga ahorcaría definitivamente a los equipos de ingresos bajos, que jamás tendrían acceso a esa élite. La alianza excluyente de grandes magnates destruiría cualquier liga europea o extracomunitaria.

La ambición de los poderosos sigue ahí, latente; la suerte del deporte y los demás clubes poco les importa. Por ello es inevitable buscar equilibrio y competitividad para todas las federaciones, clubes, jugadores y entrenadores. Salvar al deporte de la codicia es imperativo.