Cisma

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La Fifa (sigla de su denominación completa en francés: Fédération Internationale de Football Association) no es una organización internacional pública, como legítimamente podría pensarse, habida cuenta de su preponderancia a nivel global, como cuando los presidentes de las federaciones, confederaciones, asociaciones, etc., se codean con los jefes de Estado ante multitudes emocionadas (la vida, que era de multitudes), y más parecen estos los interesados en fotografiarse con aquellos, que al revés.
No, no es una organización internacional en sentido restringido, pero lo simula muy bien. Una de las cosas de las que primero se habla cuando se estudia derecho internacional es que la Fifa es un actor multilateral con más miembros que las Naciones Unidas, para así significar, no sin sorna, cuáles son los intereses reales de la humanidad y, por lo tanto, ir midiendo desde entonces las posibilidades de éxito del derecho internacional público y sus tratados.

La FIFA es una organización internacional, sí, pero privada, en tanto está regida por el derecho interno de Suiza, su sede; o, si se prefiere, es una organización no gubernamental, aunque, llamada así, suene a entidad de garaje fundada por algún vivo. Sobre esto, valga decir, la FIFA es particularmente quisquillosa, pues a pesar de que sus dirigentes están evidentemente autorizados –estimulados- a tomarse esas fotos e ir a almorzar con todo aquel representante de los poderes públicos que haya en los países del mundo, lo cierto es que desde Zúrich celosamente se ha proscrito a esos Estados la mínima intromisión en asuntos en los que, uno pensaría, más bien debe “entrometerse” la autoridad estatal; por decir algo, determinadas cuestiones en las que está de por medio la soberanía de un pueblo: su bandera, su nacionalidad, su territorio. Pero, no, la FIFA se presenta como una organización internacional privada dirigida por gente serísima. Y estrictísima.

Hoy, los doce equipos más ricos de Europa (solo cuento tres excepciones: el Bayern Múnich, el Ajax y el Paris Saint-Germain) se ponen de acuerdo para zafarse de la alcabala suiza y recibir más plata (quiero decir: “para salvar a los grandes equipos europeos de los efectos económicos de la pandemia”) a través de la creación de un embeleco de exclusivismo que ha sido llamado Superliga Europea. Ahora bien, leo en los diarios que los banqueros neoyorquinos de JPMorgan Chase & Co. aportarán unos 4.800.000.000 de dólares para financiar la aventura que tiene a Florentino Pérez, presidente del Real Madrid (el club más importante del mundo, sin dudas), en un papel similar al de un socio gestor. Entonces, es inevitable preguntarse si no será que algunos dirigentes se están aprovechando de la crisis pandémica para hacer negocios personales con el fútbol (sí, lo mismo que, como los llamó el expresidente uruguayo Pepe Mujica, “la manga de viejos hijos de puta” de la FIFA).

Ni a quién irle. La Fifa tendrá trabajando a su tropel de abogados (el propio presidente Gianni Infantino lo es) a ver cómo hacen valer los convenios del ente con cada una de las federaciones involucradas, las que a buen seguro poco podrán hacer contra la plata gringa. ¿Se ejecutó un cisma?