Escrito por:
Oscar Pérez Palomino
Columna: Opinión
e-mail: oscaralejandroperezpalomino@gmail.com
twitter: @OalejandroPP
La libertad como don, el denominado libre albedrío o libertad de querer, tiene dos niveles, según bien lo señala el jesuita doctor en teología Tony Mifsud: uno, como la capacidad del ser humano de auto-determinarse, y otro, como la posibilidad real de poner en práctica esta capacidad.
Dicha capacidad, nos es otorgada como semilla, y por tanto, es nuestro deber desarrollarla con esfuerzos personales y decisiones, con el propósito de realizar en nosotros las condiciones por las que podemos llegar poco a poco a una más alta libertad.
Estas condiciones, afirma Pérez Mercado Juan Francisco, “son el conocimiento de sí y la rectitud del querer. En cuanto a la primera condición, cada persona debe esforzarse por conocer su carácter, su temperamento, sus hábitos y las tendencias que se actualizan en su conciencia. El camino para lograr la segunda condición es racionalizar la voluntad, cuya función es querer”.
El conocimiento de nuestra interioridad tiene el propósito de “reescribir los guiones que otros nos han dictado y que han dado lugar a conductas inconvenientes. Y para ello hemos de usar el don de la autoconciencia” para identificar los guiones errados y los principios y leyes naturales inscritos en nuestro interior con el fin de iniciar el proceso de ir desaprendiendo el viejo y adquiriendo el nuevo aprendizaje con base en el principio elegido.