Metele, que son cancheros

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La frase del título tiene una explicación. Fue pronunciada en idioma argentino por el legendario entrenador Carlos Bianchi, en uno de sus ires y venires con Boca Juniors, hace ya algunos años. Bianchi estaba en el banquillo de Boca mientras se jugaba un clásico contra Racing Club que, finalmente, ganó este equipo.
El desarrollo del careo favorecía al cuadro de Avellaneda, tanto, que en el algún momento sus jugadores empezaron a menear la pelota de un lado a otro y a coquetear con la filigrana en contra de la honra de los muchachos del tradicionalmente pausado entrenador de los xeneixes. De pronto, cuando la paciencia se le acabó, saltó de su asiento para implicarles gritando a sus pupilos que aquello de lo que hay que cuidarse en el fútbol, la violencia, a veces vale. Sí: “Metele, que son cancheros” significaba un estímulo para legitimar la pierna fuerte contra el intento del rival de desestabilizar la moral de la escuadra. Códigos balompédicos.

Meses atrás, a Marcelo Gallardo, el Muñeco, actual adiestrador de River Plate, le recriminaron en los mentideros futbolísticos que, nada más finalizar el primer tiempo e iniciarse el descanso de un partido de la Copa Libertadores, sin salir todavía de la cancha, se le acercara a uno de sus centrales, el paraguayo Robert Rojas, apodado el Sicario, y le hablara al oído, y le dijera la cosa más natural del mundo en el lenguaje que antes usara Bianchi: “Rompele el tobillo”, en alusión a la articulación de un contrario al que venía marcando con dificultad. El problema es que, como no había público, los micrófonos ambientales esos captaron la orden sicarial y la transmitieron en vivo al universo entero; y que, por si fuera poco, el oponente de turno era Boca Juniors. Al Muñeco le cayeron a palos, diciéndole que bien se tenía guardado aparecer razonable y conciliador ante los medios cuando era, en realidad, en el fondo de su corazón, todo lo contrario.

¿Qué puede mover a hombres casi siempre serenos como Bianchi y Gallardo a incentivar el uso de la fuerza bruta en desmedro de la salud del que se tiene enfrente? Uno espera ese tipo de actitudes de gente famosa por su intemperancia o descontrol en el deporte, pero no de los individuos cerebrales. ¿Acaso han actuado inevitablemente forzados por las circunstancias?; y, en esa medida, ¿la intimidación de vuelta estaría, así, a veces justificada en un “deporte de contacto” como lo es el fútbol? En 1982, durante una de las semifinales del campeonato mundial de España, el arquero alemán Harald Schumacher le partió varias vértebras, y le sacó varios dientes, a Patrick Battiston, defensor francés aproximado al área germánica en indefensión ante un ataque que no vio venir del guardameta con las rodillas arriba. El árbitro no señaló nada.

En el mundial gringo de 1994, el rudo defensa italiano Mauro Tassotti le rompió la nariz de un claro codazo al actual seleccionador español, Luis Enrique Martínez, entonces delantero madridista. Ese partido de cuartos de final lo ganó Italia. Todavía recuerdo las lágrimas de Luis Enrique tratando de empatar el encuentro con la cara ensangrentada, su furia contra el referí, que no dio la falta siquiera (y era penalti), el dolor español por tener que tragarse la injusticia de perder sin merecerlo. Valga aquí decir que tanto Alemania en 1982, como Italia en 1994, llegaron a la final mundial, pero no la ganaron. Parece que en esto la irascibilidad sirve, aunque no dura.