Con el eco de Patricio Lumumba

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Patricio Lumumba aspiraba a cumplir la tarea histórica de darle forma al Congo independiente, como parte de una nueva África, unida en libertad, después de un periodo de dominación colonial que fue muestrario de opresión, racismo, explotación y desconocimiento de los derechos más elementales de los pueblos.

En el transcurso de una corta vida, antes de ser asesinado a los 35 años, Lumumba demostró que una de las virtudes esenciales del liderazgo es la de entender la hora que marca el reloj de la historia. Era el momento de la descolonización, cuando los europeos después de haberse desangrado entre ellos de manera inmisericorde, por segunda vez en menos de medio siglo, debían ocuparse de la reconstrucción de sus propias casas y se abría el espacio para que abandonaran el esquema colonial que los había entrometido en otros continentes.

Educado como pocos de sus compatriotas y merecedor de distinciones reservadas por el poder colonial belga a un reducido número de congoleños negros, el líder de la independencia comprendió la inocuidad de dádivas que solamente aumentaban la discriminación en el seno de una sociedad que merecía más bien ser toda libre.

Ante la calculada independencia que Bélgica concedió al Congo en 1960, condicionada a que el naciente estado asumiera obligaciones de la deuda externa belga, Lumumba, a la cabeza del Movimiento Nacional Congolés, ganó las primeras elecciones generales y resultó aupado al cargo de primer ministro.

Sesenta años después de la muerte de Patricio Lumumba, y al recordar la significación de su lucha, vale la pena preguntarse cuál sería la tarea política que estuviera dispuesto a asumir si viviera en nuestros días. Cómo leería la hora de hoy en el reloj de la historia. Cuál sería el eje de su discurso, cuando han quedado atrás los dilemas y parámetros de la Guerra Fría, la URSS ha desaparecido y los Estados Unidos presentan espectáculo de república bananera. Qué pensaría del destino de su propio pueblo, de la unidad africana, de la solidaridad entre las naciones que siguen en el pantano del subdesarrollo, la corrupción y encima de todo la falta de comprensión, respeto y solidaridad por parte de otros.

A juzgar por su talante, si el líder africano viviera ahora, o si retornara del pasado, seguramente daría muestras de no quedarse anclado en las disputas de un mundo que ya no es. Sin perjuicio de mantenerse en la defensa de los elementos fundamentales de la libertad y la dignidad humanas, tal vez se estaría haciendo preguntas nuevas y dedicaría su esfuerzo a construir un discurso capaz de cautivar a la gente de ahora, lo mismo que a la del futuro, con la mirada puesta en ese futuro. En lugar de reiterar slogans de ese mundo binario de hace medio siglo, y de apelar a símbolos que ya no representan los problemas de la gente en el Siglo XXI, estaría en la tarea de interpretar el mundo de hoy para orientar a su pueblo, y de paso a todos los que andan perdidos en un laberinto de complejidad cuyas claves resulta urgente descifrar.

Con el eco de precursores que en su momento jugaron un papel importante para animar procesos de cambio, hay que ir viendo cómo le irá al antiguo Tercer Mundo ante el embate de la inteligencia artificial; cómo actuar ante las mutaciones del modelo económico dominante, que ha generado, por su injusticia, reclamos en los confines más inesperados; cómo moverse frente a las grandes vertientes culturales de las décadas venideras, al impulso de las redes sociales; cómo posicionarse dentro del reordenamiento de las potencias mundiales; cómo actuar ante el cambio climático, el deterioro ambiental y la necesidad de nuevas fuentes de energía; cómo apoderarse de los procesos de producción de ciencia y tecnología; cómo manejar el problema de las migraciones; cómo vencer el hambre, la inequidad y la enfermedad, y cómo conseguir que contemos, por fin, con una institucionalidad internacional adecuada a las necesidades del Siglo XXI. Quedarse con los slogans y esquemas mentales de hace varias décadas es correr el riesgo de perder el tren de la historia.