Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
La indefinida “época de pandemia” (sonsonete cotidiano del paisaje auditivo, y que, a menudo, va introducido con un “en plena” a modo de redundancia enfática) da para todo. Ahora, que estamos en “plena época” de vacaciones de cambio de año, se va haciendo evidente una nueva tensión, una más, que da en acrecer el cuerpo de contradicciones nacido de la crisis.
Decía que ha surgido una cuestión adicional, aunque en verdad se trata de una extensión de la gran paradoja que venimos enfrentando desde que el aire es condicionalmente respirable: no se puede parar, no se puede no-parar. Y, así: no es viable laborar sin descanso, porque esa es una imposibilidad biológica; empero, es menos factible vacacionar debidamente, y entonces despejar la mente, relajar el cuerpo, reverdecer el alma. Esto es especialmente cierto respecto de los servidores públicos de elección popular, responsables generales de hacer cumplir sus propios decretos; y, en particular, de cumplirlos, pues sin este refuerzo moral su autoridad legal se pudre. Vaya conflicto, cuando estamos a casi dos meses de que se complete un año local desde el inicio de la inmensa contrariedad que, a estas alturas, sobra nombrar; tal es su omnipresencia.
El problema, sin embargo, es tozudo, y debe resolverse. Corresponde encontrar la manera de que aquellos que están al frente de una calamidad que no se fue en un día obtengan el descanso requerido, y, aun así, no se descuide la materialización de la política pública de atención en lo de cada cargo, no se decida con ligereza. Hablo de institucionalizar con mayor solidez el encaramiento de algo que hace rato no es una simple emergencia sanitaria, sino un estado permanente de existencia colectiva. A este respecto deberían deliberar las instancias legislativa y reglamentaria; hay que idear mecanismos que prevengan la solución de continuidad en la atención de una tragedia, la pandemia, que no se va de asueto. Quizás de esa forma sea dable aliviar la tensión mencionada: el servidor público, ser humano que es, debe descansar (para poder despachar en orden), mas el servicio estatal tiene que poder mantenerse invariable sin él.
Mientras la reacción se gesta, los repúblicos colombianos (el debate está abierto en otros países, véanse Canadá y México) podrían dar ejemplo. Es inaceptable que la alcaldesa de Bogotá, que agotada debe de estar, es cierto, no obstante reniegue del presupuesto político referido, tan elemental, y se escape de paseo a Costa Rica. Es incomprensible que un gobernante inobserve las pautas que, previamente, él mismo fijó. Los políticos profesionales, males necesarios en cualquier parte, si tienen alguna marca personal compartida, es esa, precisamente: saben sufrir las ingratitudes de la vida en cuanto, silentes, reconocen que de ello dependen sus privilegios.