El populismo electoral (2)

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



En sociedades quebrantadas por la desidia de lo público y la pobreza florece el populismo de cualquier pelambre. El caldo de cultivo del populismo está dado por aquellas democracias que generan pobreza y exclusión bajo el mandato de corruptos.

En un lenguaje sencillo podemos afirmar que los "malos gobiernos" son los responsables de la emergencia de facciones populistas. El populismo no tiene color político.

Puede ser de izquierda o de derecha. Los populistas se ofrecen como seres predestinados para la salvación de las sociedades.

La demagogia es un constituyente discursivo del populismo y se refiere al manejo de argumentos que pretenden demostrar como si fuese cierto algo que en la realidad es falso. La demagogia y el populismo son dos jinetes del Apocalipsis en pleno siglo XXI.

Es la repetitiva historia del político que dice que bajo su gobierno todos los males desaparecerán como por encanto. Para llegar al poder y mantenerse, el populista tiene todo un arsenal demagógico.

Una de las armas preferidas es inventarse un enemigo poderoso al que pueda culpar de todos los males de la sociedad y de lo malo que le suceda: políticos, ricos, transnacionales, extranjeros, intelectuales, etcétera. El "me quieren acabar pero no han podido" es una frase del diccionario político del populista.

En el discurso populista el tema central es la defensa de las masas. Del pueblo. Todo lo que dice y hace el populista, según sus palabras, es respetar la voz del pueblo. Caminan de la mano del pueblo. A veces, decantan lo de pueblo por el puro pueblo. Los deseos del pueblo son la única ley que existe para los populistas y nada les impedirá seguirla, así tengan que violar las leyes existentes.

Los políticos populistas oscilan, en exaltaciones, entre el nacionalismo y el parroquialismo bajo un personalismo carismático. Utilizan un discurso ambiguo. Atacan a los políticos de afuera verbalmente pero conviven con ellos como fieles apéndices. Parte del discurso populista es la de hacer promesas que logren popularidad haciendo caso omiso de su viabilidad. En plena campaña electoral los populistas pretenden reemplazar al Estado.

Creen que son el Estado. Hacen obras y donan cachivaches con el ánimo de mostrar una vocación altruista. Son lisonjeros. Asistencialistas. Profesan un altruismo pervertidor de la conciencia del electorado por medio de prebendas. Yo te doy… y tú votas.

El populismo necesita, para sobrevivir, a una persona; trátese del líder, cacique, caudillo, hombre fuerte, o como se le quiera llamar. Un líder que por medio del engaño propio llega a considerarse como indispensable, como el portavoz e intérprete de la voluntad del pueblo. Un autoengaño mutuo: la mayoría de la gente que lo sigue llega a pensar que el líder es la respuesta a todos sus males y el líder populista también se lo cree.

Por eso siempre habla en primera persona. El "Yo" prima sobre el nosotros. No necesita de equipo ni reconoce la existencia de méritos distintos a su potencial sabiduría para entenderlo y resolverlo todo. Por eso construye una única verdad. La propia.

Los líderes que adoptan un discurso demagógico-populista establecen una relación personalista con sus seguidores, en la que no existe la mediación de niveles colectivos de organización. Se hace entonces presente un contacto místico con las masas, con el pueblo, mediado únicamente por el liderazgo y el carisma del líder.

Al final de cuentas, el populismo es un problema de ceguera colectiva y de autoengaño del líder. Sin embargo, por la vía electoral, el demagogo-populista puede llegar al ejercicio del poder, al aprisionar de forma emocional la voluntad de una mayoría ingenua que es arrastrada al extremo más inverosímil de la política: el populismo.