Lenta decadencia

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



EAquellos ilusionados merced a las sonrisas lacrimógenas y los discursos fusilados de los victoriosos demócratas de los Estados Unidos son presa blanda de cierto delirio, ya a causa de algunas imágenes emocionales que les vendieron y ellos compraron gustosos; ya a partir de sí mismos, en despliegue descarado de autoengaño, lo que viene a ser peor. Pues el circense triunfo de Joe Biden no va a significar ninguna mejora de los derechos humanos en Colombia, ni en ningún país del mundo en particular, incluidos los Estados Unidos de América. La historia corrobora que los “buenos” burros son tan perversos, o más, que los supuestos “malos” elefantes.

A dicho respecto, cuando vi que la vicepresidenta electa Kamala Harris (conocida su dureza fácil contra el crimen como fiscal) primero apoyó la versión de esta mujer que afirmó haber sido manoseada por Biden en el pasado, y, luego, una vez en la campaña azul, dijo que creía en la inocencia del jefe, en ambos casos actuando a la ligera, supe que su hipocresía y codicia iban bien con el victimismo históricamente requerido para exponer a los republicanos a modo de enemigos públicos de negros, enfermos, homosexuales, feministas, y hasta de los alienígenas, y no reconocerlos en tanto que contrapeso justo y necesario en un pueblo además conservador.

Desde la falta de voluntad real en la forja de los derechos sociales y políticos de los afronorteamericanos, finalizada la Guerra de Secesión (nombre correcto de esta confrontación, librada a propósito de poder político, y no “porque los sureños eran racistas y los norteños no”), pasando por el poco recordado militarismo del dizque bobalicón Jimmy Carter en plena Guerra Fría, los demócratas han dado pruebas de que la santurronería estratégica rinde, y mucho, en tratándose de hacer sin que parezca que se está haciendo. Que lo diga si no a gritos de ultratumba el modelo liberal John F. Kennedy, quien en 1961 armó y entrenó al grupo de cubanos exiliados que pretendieron derrocar a Fidel Castro a través de la denominada invasión de Bahía de Cochinos. Fracasó debido a que fue derrotado a bala en cosa de sesenta y cinco horas, pero a fe que lo intentó; eso sí, a costa de los ciento y pico de pazguatos que le sirvieron de carnada.

Otro campeón de la libertad en el Partido Demócrata es el buena gente de Bill Clinton: en 1999, entre marzo y junio de ese año, ordenó bombardear a Belgrado a manera de burla del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –y bajo el velo protector de la OTAN-, lo que mató a miles de civiles en la capital de la entonces Yugoslavia. Claro, esto aparte de atrocidades genocidas que controlara o no el expresidente serbio Slobodan Milosevic, hombre que, previo a su extrañísima muerte enjaulado en 2006, siempre reclamó que el simpático de Bill también fuera llevado al tribunal ad hoc para la ex-Yugoslavia en La Haya, allá en la humeante Holanda, a rendir cuentas a la humanidad por el gatillo alegre con que castigó a gentes de fuera del conflicto.

El demócrata Barry Obama de 2008, antes de ser elegido, repetía que todo era posible (“Yes, we can”); presidente en ejercicio, al recibir el Premio Nobel de la Paz, en 2009, nos espetó a la cara, acaso para enterarnos, que “la guerra a veces es necesaria”. La realidad es que la cárcel de Guantánamo, sabido centro de tortura, sigue abierta. Y que, hoy, él volvió a Washington