Franquito

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



El Generalísimo, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios, fue conocido en la primera parte de su vida apenas como un zagal enclenque y de voz aflautada. En consecuencia, cuando niño dio en ser llamado Cerillita; y, luego, ya en el Ejército de Tierra español, sus superiores solían referirse a él usando del mote Franquito.
Nadie pudo verlo avanzar: el jovencísimo oficial gallego destacado en la Guerra de Marruecos para aplastar la sublevación mora en peligrosos remanentes imperiales no impresionaba a ninguno de sus hombres al principio; aunque quizás ello cambiara el día en que uno de los legionarios bajo su mando rehusó violentamente comer del menaje militar, ante lo que Franco ordenó la formación de un pelotón de fusilamiento que, dudas aparte, ofreciera oportuna lección visual de disciplina.

Una vez muerto el infeliz ejecutado, al futuro dictador le pareció bien que el batallón desfilara encima de su cuerpo insubordinado. A ver si nos entendemos. Claro, podría denominarse a aquello barbarie pura, y con razón; sin embargo, no hay que olvidar que en el norte de África se libraban batallas terribles en esa época de germinación anticolonialista, y que España no era la única que daba muestras gratuitas de crueldad instructiva. (Los franceses no se quedaban atrás). A Franco, es verdad, quisieron corregirle desde arriba su sistemática manera de manejar ciertas situaciones, pero no hubo forma de torcer lo inequívoco de un destino cocido lentamente, durante años, mediante coraje y estrategia. Cerillita fue endureciéndose en medio de la guerra; no obstante, también creció su valor, y, especialmente, la confianza en las propias capacidades.

Tenía “baraka”, musitaban los árabes norafricanos, o sea, protección divina. Cosa que seguro debió de servirle, en tanto que no fue asesinado, ni en ese desierto montañoso, ni después, en la jungla de intrigas políticas poblada por militares ambiciosos. Poseedor de baraka o no, Franco gustaba de jugarse la cabeza, ir a la vanguardia en las hostilidades, verle la cara a la muerte, desafiar a los sanguinarios enemigos que enfrentaba. Y con esto hizo fama. Y con la fama vino el prestigio, percibido en la península. Ciertamente, la reputación ganada a pulso de quien no tuvo inicialmente nada fácil resultó decisiva a su favor en la deprimida España de entonces. Tal que todavía no se hubieran recuperado del famoso Desastre del 98, momento en que perdieron Cuba frente a los Estados Unidos, entre otros territorios de ultramar, los españoles estaban diríase a la espera de algún salvador. Helo ahí, no sigas buscando: su nombre es Franquito.

La leyenda franquista, que sigue viva hoy, surgió quizás a partir del maltrato del progenitor de Franco hacia este, al que consideraba tonto (consideró así incluso al Generalísimo); lo mismo que allá en el puerto de Ferrol, en 1898, pues dicen que el niño Paco, de solo un lustro, presenció el retorno manchado de derrota de las tropas españolas que fueron incapaces de evitar el fin del Imperio en América. El rey Juan Carlos I, no ha mucho abdicado, célebre “mujeriego, parrandero y jugador”, quien había matado –accidentalmente, concluyeron- a su hermano, y hecho a un lado a su padre en la prioridad sucesoria, fue el elegido por el Caudillo para asegurar su legado. Juan Carlos, obviamente, lo traicionó. A medias. No en vano susurran allí que el franquismo sobrevive.