No hay imperio de vigencia infinita

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Si quieren perdurar, estados y naciones deben mantener al día las credenciales que les han dado vitalidad, solvencia y prestancia. A sus líderes, dentro y fuera del espectro de la vida política, les corresponde la tarea de mantener estándares del mejor nivel, promover su renovación y afrontar las mutaciones que conllevan los avatares de la historia, para no perder prestigio ni poder. Para no caer en la decadencia y correr el riesgo de la disolución.

Mientras en el caso soviético las huellas del peligro se mantuvieron ocultas hasta el final, la situación contemporánea de los Estados Unidos muestra en público reiteradas señales de deterioro. Por tratarse de un país rico, enorme y complejo, al abrigo de instituciones más que bicentenarias, con los hilos del capital financiero y otras fuentes de poder en sus manos, como la de calificar la viabilidad económica de los demás, no es fácil saber qué tan lejos pueda estar de un colapso. Pero existen señales de decadencia que, en el orden interno, tienen el común denominador de la desigualdad social y la rebaja de calidad de la discusión política, y hacia afuera la pérdida de prestancia y capacidad de acción.

A pesar de las proclamas de un presidente exagerado, que se ufana del auge de los mercados bursátiles, poco a poco se ha hecho patente que el modelo económico “americano” va dejando atrás sectores sociales cuya redención resultaría imposible si se deja que obre impunemente la lógica brutal del sistema. De ahí la amplitud del apoyo qua ya en dos campañas presidenciales han tenido precandidatos demócratas, con sus denuncias en contra de la desigualdad y la injusticia económicas, secundados por una cauda creciente de ciudadanos bien educados. Cuestionamiento que puede ser señal de salvación, porque dejar todo como está acentuaría una brecha social que no hace sino ampliarse.

Con motivo de la campaña presidencial, han salido a flote discusiones no usuales sobre aspectos básicos de una institucionalidad que muchos consideraban ejemplar, pero en realidad alejada de ser cabalmente democrática. Como las desigualdades raciales, que nunca han sido capaces de resolver. Como las diferencias de peso entre los Estados en el proceso de selección de presidente de la Unión. Y la precariedad del voto de los ciudadanos, que según el sistema indirecto conduce a que no necesariamente llega a la presidencia quien obtenga la mayoría del voto popular.

Un presidente de léxico limitado y elemental, con capacidad argumentativa de bazar, ha sido capaz de convertir la competencia por el puesto que aún se considera como el más poderoso del mundo, en una acalorada discusión de café. Con ello ha contribuido al desprestigio de la clase política, y de la política. A la rebaja del nivel de explicación de problemas y soluciones, a la utilización de la mentira como moneda corriente de las discusiones sobre asuntos de interés general, y a la apelación a cualquier forma de ataque, inclusive el personal y el familiar, para tramitar discusiones políticas. Nada a la altura de la expectativa que, en su país, y en el mundo entero, ha suscitado la incógnita sobre el futuro de los Estados Unidos, y el de unos cuántos procesos que dependen de lo que allí suceda, querámoslo o no.

Los Estados Unidos ya no son lo que fueron a lo largo de la postguerra. Cada vez es más débil el tejido de sus alianzas. Ya no les quedan prácticamente amigos incondicionales, de esos de quienes acostumbraban a abusar. Ahora están más cerca que nunca de países a los que criticaban con aire de superioridad. Su desprestigio, su “autoridad” y su prestancia son decadentes, de manera que han perdido capacidad de acción en asuntos en los que antes podían jugar con la solvencia de ese poder que no se basa solamente en la capacidad militar sino en una solvencia política y moral que poco a poco se diluye.

No obstante, además de su poderío bélico, mantienen la fuerza de la democracia local, la capacidad de emprendimiento de amplios sectores sociales, la fortaleza profesional de su diplomacia, ahora coartada por una jefatura errática, y representan todavía una fuerza cultural y un poderío científico y académico que pueden ser reductos de salvación.
Mientras se hace seguimiento de la carrera presidencial, en la forma clásica de encuestas y debates, o no debates, quedan sentimientos populares sueltos, sin partido, sin interés conocido, que desaguan por los conductos de las redes sociales o seguirán ocultos hasta el momento del veredicto de las urnas. Pero eso tiene que ver solamente con la coyuntura de las elecciones de noviembre. No obstante, la historia no se va a detener allí. Todavía más allá de quien gobierne o desgobierne a partir del 20 de enero de 2021, avanza un proceso de mutaciones que sigue su propio curso, con la seguridad de que no ha habido, ni habrá, imperio con vigencia infinita.