El paisito

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La parasitaria adhesión del Gobierno colombiano a la campaña de reelección presidencial del desesperado Donald Trump, en tanto el país se desbarata y no hay gobierno de nada, y lo que existe más semeja una dictadura de décadas o siglos atrás.
El impune ataque de Trump a la institucionalidad colombiana, representada, guste a algunos o no, en las personas del expresidente Juan Manuel Santos y del senador Gustavo Petro, ante lo que no hubo protesta estatal, sino silencio cómplice. La vulgar actuación proselitista en los Estados Unidos del miembro de la Cámara de Representantes elegido en nombre de los colombianos en el exterior, que en realidad debería llamarse “de los colombianos que viven en el sur de la Florida”, un tal Juan Vélez, cuya función principal parece que es la de ofrecerse de ayuda de cámara del rey Trump en Miami, a ver si a este lo reeligen (y él no se queda vestido y alborotado).

Todo lo anterior ha puesto a pensar a no pocos en lo que será de no obtener Trump la Presidencia, que lo haga Joe Biden, y que entonces los demócratas se pongan serios con el gobierno de papel de Duque. Quienes expresan dicho escrúpulo dan la impresión de no conocer al “notablato” que nos gobierna, o de hacerse los pendejos frente al tema: triunfando el demócrata Biden, luego de consumada la derrota, los señores del partido de Gobierno, sin decencia ninguna, se irán a postrar inmediatamente a los pies del vencedor en busca de favor. Al fin y al cabo, en eso tienen experiencia. ¿Quedan dudas de ello?: ¿por qué?

En Colombia se glorificó a los Estados Unidos de América desde que esa unión, merced al inmenso desarrollo social, científico, industrial y económico que mostró, empezó a luchar por tomar las riendas del planeta, digamos a partir de principios del siglo pasado. A los colombianos, igual que a otros pueblos latinoamericanos, les pareció que allí residía ideal de imitación, incluso de sus vicios. Que cada cual maneje su vida como le dé la gana, y que remede al demonio, en caso de que le apetezca, pues se trata de asunto personal; pero que naciones enteras encarnen a placer un modelo político de dudosas virtudes democráticas es, cuando menos, de lamentar. Andando el tiempo, Colombia (que en 1903 había obsequiado Panamá a esa potencia de ambos mares a cambio de una Danza de los Millones que se escuchó apenas veinte años después, y que a muchos bolsillos privados fue a parar) terminó de matrimoniarse en desventaja con la manera yanqui de ser, mientras en otras partes la misma empezaba a mirarse desconfiadamente.

Aquí se hizo regla ir a estudiar allá, aunque fuera a malas universidades gringas, algún oficio inútil en Colombia; andar a negociar, legalmente o no, la traída de dólares y así “emprender” a lo legítimo; emigrar en masa a los estados tolerantes, hasta la transferencia de población de municipios enteros (no es chiste), a trabajar de lo que sea… Y, algo recientemente, fletar alijos de droga y menudearlos en la calle; mudarse una temporada a los outlets mayameros a comprar “las cosas del bebé”; abrir oficinas de abogados para narcotraficantes, o exfuncionarios, prófugos en Colombia… Ciertamente, un paisito hecho de gentes que presionan –con éxito- que el Gobierno de la bandera que repudian vive al candidato que les sirve. ¿Y la dignidad nacional?