A propósito de Neruda, Allende y Pinochet

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



El mes de septiembre nos remite, irremediablemente, a la fecha de muerte de Neruda, el inmenso Pablo Neruda. Pero no se puede hablar del Poeta sin mencionar el asesinato del presidente chileno Salvador Allende y señalar como responsable de ambos acontecimientos al dictador Augusto Pinochet. En efecto, el 23 de septiembre de 1973, solo doce días después del bombardeo aéreo a la Casa de la Moneda o Palacio Presidencial en Chile, que causó la muerte del presidente socialista elegido democráticamente, murió Pablo Neruda. Mientras tanto, Pinochet entronizaba ese 11 de septiembre la violencia oficial que gravitaría durante diecisiete años sobre la nación chilena.

Revisando nuestras ‘Acotaciones’ de hace algunos años, encontramos un fragmento que siempre tendrá validez. Textualmente dice: “No es fácil permanecer neutral al relacionar ambos acontecimientos. A raíz del cambio de gobierno, Augusto Pinochet impidió el suministro de una droga que diariamente debía ingerir el Poeta –con mayúscula, como lo llama la escritora Isabel Allende a lo largo de su novela ‘La casa de los espíritus’–. Es esta la razón por la cual la muerte de Neruda se le atribuye indirectamente al dictador chileno”.

Decía el vate chileno: “Si me preguntan qué es mi poesía debo decirles: no sé; pero si le preguntan a mi poesía, ella les dirá quién soy yo”. No se equivocaba el poeta, porque sobre sus poemas está volcada su recia personalidad.

En otras ‘Acotaciones’ hemos afirmado que Neruda es el poeta más grande de América. No faltaron voces que atribuyeran ese apelativo elogioso a Rubén Darío. Aclaramos, en esos momentos, que se trata de dos cumbres del verso latinoamericano pero, sin caer en comparaciones, hay que resaltar que la poesía de Neruda es más humana, aterrizada en la realidad de nuestros pueblos. Rubén Darío, por su parte, creó el Modernismo literario al fusionar elementos del simbolismo y el parnasianismo. El resultado deslumbró a los críticos de Latinoamérica y de Europa y el padre del Modernismo descuella aún como faro incandescente de las letras castellanas.

En este aniversario de la desaparición del poeta Neruda, un homenaje diferente para el insigne bardo puede ser la lectura de sus discursos parlamentarios publicados bajo el título ‘Yo acuso’, de la Editorial Oveja Negra, aparecido en abril del 2003. En esa obra veremos, más que al poeta, al hombre político que siempre fue.

La poesía de Pablo Neruda –cuyo verdadero nombre era Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, nacido el 12 de julio de 1904– está comprometida con el destino de América. Solo sus primeras obras rezuman un sentimentalismo personal, reflejo de sus años juveniles; un ejemplo obligado es ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’. Cuando comenzó su período de madurez y su militancia política, Neruda comprendió el valor de la palabra como instrumento de denuncia y persuasión; no dejó de utilizarla con indiscutible eficacia. Una muestra de ello es su corto poema ‘Hay que matar a Nixon”, en el que recomienda, argumenta y justifica su vehemente petición.

Al poeta Pablo Neruda hay que recordarlo como un ser transparente, sencillo como el agua o los componentes de sus famosas “Odas elementales”. Recordémoslo, en este aniversario, por poemas tan conocidos como ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’, ‘Crepusculario’, ‘Tentativa del hombre infinito’, ‘Residencia en la tierra’, ‘El hondero entusiasta’, ‘España en el corazón’, ‘Canto general’, ‘Alturas de Machu Picchu’, ‘Que despierte el leñador’, ‘Los versos del capitán’, ‘Cien sonetos de amor’, ‘Navegaciones y regresos’, ‘Canción de gesta’, ‘Cantos ceremoniales’, ‘Memorial de Isla Negra’, ‘La barcarola’, ‘Las piedras del cielo’ y ‘Confieso que he vivido’, entre otras.