En distintos tramos de su historia, Santa Marta ha estado presta y dispuesta a resolver sus problemas, muchas veces con recursos propios y algunas otras valiéndose del ingenio y esfuerzo de sus hijos, lo que había sido una constante que se había repetido en estos casi 500 años de existencia fundacional.
Interesa en esto un vuelco importante, un giro de 180 grados, para no seguir viendo y siendo una ciudad con cantidad de obras a medio empezar, expuestas cual monumentos al abandono y la desidia con lo que desgraciadamente nos estamos acostumbrado a vivir, y que la gente espera se terminen de construir para bien de todos como es el caso de la megabiblioteca y puestos de salud, para solo citar estos escenarios y no llenar estas líneas de hechos fatales e ignominiosos que todos conocemos de sobra.
Santa Marta es una ciudad que ha sobrevivido a asaltos bastantes de piratas, incendios, emergencias, saqueos, crisis, malas y peores administraciones, corrupción y demás otros desmanes y abusos, tocándonos sufrirlos, padecerlos, pero sobretodo sobreponernos y levantarnos más fuertes, enhiestos, vigorosos y con el sano orgulloso de ser lo que somos; lo que parece estamos perdiendo, como igual perdiéndose se encuentran valor civil, carácter, criterio y espíritu de pertenencia, elementos todos ellos, necesarios en alto grado para robustecernos y hacernos superiores en las adversidades presentes y las que surgirán que sin duda llegarán ante la falta de idóneas administración, gestión y gerencia públicas.
Refiero lo cual, porque es poco y nada lo que vemos en beneficio de una ciudad que se acerca presurosa a sus 500 años de fundada, y que sigue siendo vista con desdén por nuestra indisciplina e irresponsabilidades en todos los campos habidos y por haber, lo que nos concita a respetar nuestra memoria, hacer un alto en el camino, pensarnos y repensarnos seriamente, construirnos y reconstruirnos, componernos y recomponernos, hacernos reflexivos y reflexionar sobre nuestros problemas que no son pocos, empezando por el principal del agua, la inseguridad y demás otros que serían interminables citar.
Tenemos los samarios como consigna, la obligación inaplazable de levantarnos, luchar a brazo partido, esforzarnos, recurrir a lo nuestro, a sus instituciones locales, al sector privado, al trabajo solidario y mancomunado de todos y cada uno de nosotros que nos permita reafirmarnos por el bien de todos en contexto de progreso e integral prosperidad, lo que debe ser parte de nuestra respuesta.