Y lo que falta

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Cuando a las seis de la tarde aparece el presidente de la República a ofrecer su ridículo programa de televisión de auto-bombo, suelo pensar que las cosas van a peor. Parece que no soy el único. Tal es la imagen que muchos nos representamos mentalmente al ver a Iván Duque: la de un hombre perdido en una responsabilidad superior a sus fuerzas, a su criterio y a su capacidad. Hablo, desde luego, del encargo presidencial, pero también de la larga coyuntura que enfrentamos por la Covid-19. Es como si verlo a lo anchor, en lugar de dotar de esperanza a la gente, no hiciera sino apagar la ilusión respecto del porvenir. Ello no debe extrañar: es un presidente que no sabe lo que preside, tembleque e ignorante de lo fundamental, que, pese a lo que lleva de ejercicio, no se ha curtido en la lidia de las crisis (o de las situaciones normales).

Todo indica que Duque se ha limitado a perfeccionarse en lo obvio, en aquello que la mayoría se agencia en el poder una vez en él, no siempre tan descaradamente: imponer a los amigotes en cargos públicos (digamos, a un fiscal payaso y sinvergüenza), para proteger a sus otros compinches (Álvaro Uribe, por ejemplo), y, así, hacerse incluso más indeseable ante los colombianos merced a la ineptitud que es su impronta: la ausencia de metas, de estrategias y de resultados positivos, de identidad y de propósito distinto al de excusar a su patrón de las causas penales que lo agobian. Un mandato completico de tapaderas. El viernes se cumplen ya dos años, la mitad de la condena, de este cuatrienio infernal. Y lo que falta. Quisiera preguntarme qué méritos hizo el pueblo colombiano en la forja de tamaño suplicio, aunque esa sería cuestión majadera: al país, tiempo tienen maldiciones tan dañinas como el virus matándolo.

Es de lamentar que el período que, calculan, todavía va durar la enfermedad dando vueltas en el aire tenga que ser enfrentado por una administración mediocre. Creo que a Colombia no le aguardan venturas a partir de la gestión del incompetente que a punta de declaraciones vacías, que nadie cree, pretende convencernos de que avanzamos. Su defecto capital, entre varios, es ese: el exasperante apego a la superficialidad, a la vacuidad, a la habladuría de paja. No es un tipo serio, no trabaja a profundidad ningún tema, no aborda las cuestiones de Estado con madurez y frialdad. ¿Queda alguna duda? ¿Cómo es posible que aún no tenga un plan claro, definido y contundente en relación con la adquisición de las venideras vacunas (la rusa, la china, la gringa, ¡alguna!) contra la Covid-19? Esto solo es dable a través del lente de un individuo que no conoce el significado de la elección de que fue objeto (con ayudas indebidas o sin ellas).

¿Qué esperar? Las predicciones, sobra decirlo, si son fundadas no son buenas. Más de lo mismo es lo que vendrá: más infantilismo y socarronería del jefe del Gobierno, bobaliconería perversa, más insepultos muertos de la pandemia que apenas en su discursete de pacotilla está controlada. O sea, nada promisorio. Colombia vive al fin la hora (de reflexión) crítica acerca de su futuro, de las consecuencias de elegir mal, de no tener saber bien lo que quiere. Iván Duque pasará, recordaremos al niñato de investidura falsa, y él acaso se dedicará a dar conferencias de motivación. Nosotros seguiremos aquí, delirando una nación mejor, algún día digna y decente.