William Ospina y dos poetas universales

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



En una ocasión García Márquez dijo que la literatura colombiana tenía una representación luminosa en manos de William Ospina. Hay otros narradores excelentes en nuestro país, por supuesto, pero este escritor tolimense se destaca tanto en la prosa como en el verso.
Podríamos hablar de su poesía exquisita en su forma y profunda en su contenido. Lo hemos leído en ‘Hilo de arena’, ‘El país del viento’, ‘¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?’, entre otros poemas. El poeta, como investigador acucioso, recurre a su extenso bagaje cultural para brindarnos obras interesantes, alejadas de su galardonada trilogía conformada por ‘Ursúa’, ‘El país de la canela’ y ‘La serpiente sin ojos’, de las cuales  hablaremos un día de estos.

De William Ospina es el libro ‘Las auroras de sangre’, un desgarrado relato-denuncia que, de no ser por su pluma crítica y punzante, habría quedado en el olvido sepultado entre los versos extenuantes de don Juan de Castellanos. Pero también nos habla Ospina de Lord Byron, poeta romántico inglés. A él se refiere en su libro ‘El año del verano que nunca llegó’. Sobre estos dos últimos autores  centraremos hoy nuestro artículo.

Castellanos nació en Alanís, provincia de Sevilla, en 1522. Formó parte de la expedición a Tierra Firme, al sur de las Antillas. Tras una vida llena de aventuras tomó los hábitos sacerdotales en Cartagena de Indias y fue nombrado beneficiario de Tunja, donde murió en 1607.  El cronista español escribió ‘Elegías de varones ilustres de Indias’, poema que originalmente concibió en prosa y luego versificó. En las ‘Elegías’ don Juan de Castellanos narra en 113.609 versos endecasílabos (de once sílabas, típicos de la literatura italiana) numerosos hechos de la época de la Conquista.

La actividad de Castellanos es rica no solo en el aspecto literario sino también en el de las armas. El poeta español es considerado precursor de las literaturas e historias de Puerto Rico, República Dominicana, Cuba, Venezuela y Colombia. Hemos de saber que entre sus andanzas están las siguientes: Permaneció en el río Meta atrapando indios para comerciar con su venta. Fue pescador de perlas en la isla de Cubagua, cerca de las costas de Venezuela, en 1540. Estuvo un tiempo en el Cabo de la Vela, en 1544. Fue minero en el río Guachaca en 1545. En Santa Marta, con Pedro de Ursúa, combatió a los indios Tayronas, en 1553. Todo lo anterior lo realizó antes de entrar a la vida religiosa, en 1555.

Sin abandonar la poesía que irriga su mente, William Ospina publica en prosa ‘El año del verano que nunca llegó’ (2015), obra en la que nos presenta a dos escritores emblemáticos de la literatura universal: Geoge Gordon Byron, conocido como Lord Byron, y Percival (Percy) Shelley. De estos dos poetas conocíamos las notas que a la ligera escuchamos en el bachillerato –años lejanos del glorioso Liceo Celedón–. Ospina los muestra como seres humanos que interactúan en tertulias culturales y llegan a establecer relaciones sentimentales. Lord Byron nació el 22 de enero de 1788 en Londres y murió el 19 de abril de 1824 en Mesolongi, Grecia. La idea central de este libro de Ospina es el fenómeno producido en el volcán Tambora en 1815, en el mar de Bali, Indonesia. Se considera la erupción más grande de los últimos mil años; causó una oscuridad gigantesca que dio origen a lo que llamaron “la triple noche”. Ginebra es la ciudad que Ospina escoge para condensar bajo su nublado cielo muchas de las acciones y conversaciones de Byron con Shelley