La tragedia de los aguacates

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jesús Dulce Hernández

Jesús Dulce Hernández

Columna: Anaquel

e-mail: ja.dulce@gmail.com



En la edición de la revista Semana del pasado 24 de mayo salió un artículo de ocho páginas titulado “La tragedia de los manteles”, que hacía alusión a la difícil situación por la que están pasando los dueños de restaurantes como Harry Sasson o Andrés Jaramillo (Andrés Carne de Res), algunos de los restaurantes más cotizados de Bogotá. La verdad es que no se puede tapar el sol con un dedo y los efectos de la pandemia empiezan a llegar a todos los niveles. Pero ¿qué decir de los casos recientes que se han visto por las redes sociales y periódicos, en los que vendedores ambulantes son instados por la fuerza pública al cumplimiento del aislamiento obligatorio?

Al parecer son dos tragedias distintas: una, la de aquellos que tienen cómo pagar locales multimillonarios y seguir enviado sus productos a domicilio; otra, la de quienes su único ingreso lo constituyen la venta de productos en las calles, como el señor que vende aguacates.

Los vendedores de aguacates se han convertido para mí en una especie de ícono de la pandemia en Colombia. Hasta he llegado a pensar que hay algo de fondo, casi espiritual, entre los colombianos y el aguacate. No en vano, aunque el cubrimiento mediático no sea del tamaño que los medios le dan a Harry Sasson, los casos de atropellos contra estos vendedores han levantado indignación entre miles de ciudadanos. Uno de ellos se vio recientemente en la ciudad de Pereira, cuando un señor de avanzada edad que fue sancionado por estar incumpliendo la cuarentena empezó a tirar los aguacates contra el piso. Una escena no solo muy literaria y casi poética, sino sobre todo dramática. Otro caso ocurrió en Medellín, donde multaron a un vendedor de aguacates en el barrio Los Colores, ante lo que el alcalde de esa ciudad reaccionó con un ofrecimiento de ayuda económica luego del escándalo. Pero, para no ir tan lejos, hay casos como el Alberto Ulloque Beleño, un vendedor ambulante en Santa Marta, quien se suicidó luego de ser detenido tres veces por no cumplir con la cuarentena. Sí, se suicidó.

La tragedia de los aguacates pone en evidencia algo mucho más de fondo sobre el sistema del derecho en Colombia y en el mundo entero. Nos debería poner a pensar no solo en lo que el derecho dice, sino en lo que hace. Stefano Rodotà afirma, citando a Montaigne, que mientras la vida es un movimiento desigual, irregular y multiforme, pareciera que el derecho es lo contrario a la vida, inevitablemente regular, uniforme y desigual en las decisiones. En “La vida y las reglas”, un libro admirable, Rodotà nos recuerda que el derecho moderno supuso históricamente una liberación de aquellas reglas que se adueñaban de la vida, como las vinculadas a la religión, la ética y la sociedad. Es decir, el derecho era un instrumento para defender la vida, y eso implica poder tomar decisiones sobre ella. Muchas veces el derecho (si no es una herramienta dialógica) no podrá darnos la respuesta a problemas que superan la capacidad de un legislador por lo general distante de la realidad del legislado. En la actualidad, continúa Rodotà, el “derecho acaba tomando tintes autoritarios, representa una imposición y no el reflejo de un sentir común”.

Ojalá se le diera más atención e importancia a situaciones como esta, no por amarillismo, sino por la necesidad de pensarnos como sociedad. El vendedor de aguacates lo representa todo: el alimento visto como simple mercancía, la vulnerabilidad de la vejez, el desarme de la ignorancia ante el poder de la norma y la impotencia de muchos cuando no pueden hacer valer el derecho de vivir dignamente. En “El Mercader de Venecia”, Shakespeare puso en boca del judío Shylock, guardando los contextos, una frase que resume cabalmente esta realidad: “Me quitáis la vida cuando me quitáis los medios con que vivo”. Yo me pregunto ¿qué diferencia habrá entre el domicilio de Harry Sasson y el del señor de los aguacates?