Gobernante reciclado

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



El que crea que los presidentes mandan en todo, que siempre tienen claras las cosas, o que toman todas las decisiones, está lejos de conocer ese mundo secreto de los gobernantes, que es como un paisaje de bloques de hielo de cuyas proporciones no es fácil hacerse una idea al apreciar solamente la fracción que sale del agua. Alrededor de cada jefe hay una corte, muestrario de diversas variantes de la condición humana. Sabios, payasos, bailarines y bufones, se encuentran, se mezclan, chocan, o se tropiezan, en los recintos recónditos del poder.

No es raro que un presidente resulte llamando a la persona más insospechada a formar parte de su equipo de trabajo. Esa es una de sus prerrogativas. También uno de los riesgos más grandes, pues armar un equipo es tan difícil como un acertijo y tan peligroso como un juego de ruleta.

El oficio de presidente de Ucrania se ha convertido, en los últimos años, en uno de los más exóticos campos de observación del ejercicio del mando y demostración de cómo, en política, lo inverosímil se puede convertir en realidad. Para no ir muy atrás en la sucesión de jefes a la cabeza del gobierno de esa nación maravillosa, llena de talentos y sacrificada por su posición geográfica de privilegio, basta con recordar la procedencia de su actual presidente.
Volodymyr Zelensky no había estado metido en política, condición que podría haber sido una desventaja, si no fuera porque el “cargo” que ocupaba antes de llegar a la jefatura del Estado era el de protagonista de una serie de televisión, burlesca, en la que representaba a un actor que había llegado a presidente.

Fue precisamente Zelensky quien recibió la llamada de Trump para pedirle que ahondara en la investigación sobre el ejercicio de Hunter Biden, hijo del más posible candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, en la junta de una empresa ucraniana, como condición para desbloquear cuatrocientos millones de dólares de ayuda militar aprobada ya en Washington por el Congreso.

Pero la nueva hazaña política de Zelensky podría superar las del programa de televisión y el ejercicio teatral de la presidencia, que fueron apenas cosas del destino. Ahora en cambio, de su propia cosecha, ha decidido llamar al recordado Misha Saakashvili, ex presidente de Georgia, otra de las antiguas Repúblicas de la Unión Soviética, para que en calidad de Vice Primer Ministro se ocupe de las reformas políticas que necesita Ucrania.
Saakashvili tiene eso sí, otra vez, pues se la han restituido, doble nacionalidad como georgiano y ucraniano. Con su figura carismática hizo carrera en Georgia, la tierra de Stalin, hasta llegar a la presidencia, en cuyo ejercicio se consumió políticamente, y ya naufragó en Ucrania cuando su compañero de clase, Petro Porochenko, lo llevó de gobernador de la Provincia de Odessa. Otros recuerdan que el propio Misha predijo que el gobierno de Zelensky, a quien ahora va a ayudar, jamás llegaría al final de su periodo porque se caería bajo el peso de su propia ineptitud.

Por extraño que parezca, y sin perjuicio de que Misha Saakashvili acierte, hay casos parecidos pero más exóticos, como lo recordaban antes del aislamiento dos bebedores de cerveza en un pub de Londres. Tony Blair, el flamante ex Primer Ministro británico, convertido al catolicismo, fue llamado en dos ocasiones a un país suramericano, sin tener doble nacionalidad, primero para que fuera a validar una estrategia de política exterior, y más tarde para que recomendara la mejor forma de organizar la presidencia de la república.

Hasta ahora, decían, no es evidente que le hubieran puesto atención a Tony ni en lo uno ni en lo otro. En el primer caso porque no se nota siquiera que haya Cancillería. En el segundo, porque todo lo que se le ocurrió fue recomendar una especie de jefatura de gobierno, con un “ministro de la presidencia”, que ejerciera de primo inter pares respecto de los demás miembros del gabinete, tal vez para que el presidente se pudiera elevar a cosas menos mundanas, como en una monarquía.