Justicia literaria

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Por obra del confinamiento he tenido la oportunidad de revisar películas que en su génesis fueron libros, y que, de no mediar la emergencia conocida, acaso nunca habría visto. Hablo en particular de un género que desconozco por completo a nivel escrito, pero que en la pantalla suele percibirse, suelo percibir, bastante mejor: el thriller legal. Se trata de un tipo de literatura muy propio de los Estados Unidos, según entiendo, en el que un problema de estrados se convierte en un asunto de provecho humano en la medida en que la concreción de determinada concepción de igualdad viene a ser la afirmación de los valores de ciertas personas; valores, por lo demás, incontestables. Así, me concentré recientemente en dos filmes ya viejos, basados en los textos homónimos del abogado y escritor norteamericano John Grisham, héroe de las ventas: The Pelican Brief y The Rainmaker.

Aunque no es nada nuevo que se use a la profesión jurídica a modo de marco para desarrollar dramas redituables, es posible que el mérito de Grisham haya sido lograr trasponer en palabras y en situaciones relativamente sencillas la complejidad del universo del derecho y las relaciones de poder que en él subyacen. Más cuando el valor revelador de sus escritos se incrementa una vez deviene en notorio que el flujo de la conciencia descrito en tales es el de los desvalidos, el de los puestos en indefensión “por el sistema”, cuya inferioridad judicial se agrava por cuanto las acciones narradas tienen lugar en un sur estadounidense casi todavía confederado, espacio vital conocido por sus enquistadas inequidades (si se lo compara con el norte del país norteño, y no con Latinoamérica).

Algún conocedor de esta clase de historias podría decir lo obvio: Grisham no es el primero ni será el último en escribir como escribe. De acuerdo. Sin embargo, me siento tentado a aventurar una teoría relativa al éxito mayor del autor comentado, en comparación con sus predecesores o imitadores (a los que, repito, no conozco): las vidas de los que luchan por una justicia de tinte popular son literariamente más relevantes que los días de los que pelean por una justicia privada, aquella que apenas busca el goce de los intereses dominantes en una sociedad. Me explico. Los abogados y jueces ambientalistas, los de la agenda homosexual y feminista, los laboralistas del lado obrero, los que exigen pagos de las gigantescas compañías de seguros, todos ellos, por nombrar algunos casos, ofrecen más material que contar que sus opuestos, también abogados y jueces, también esforzados.

¿Por qué? Pues no lo sé. Creo, eso sí, que alguna relación guarda con que las gentes de la vida real que apoyan causas populares tienden a verse más emocionales, más “sintientes”, sean agentes del derecho o no. El sentimentalismo trae consigo unos subibajas pintorescos que dan mucha sustancia justiciera al mundo gris (y ahora enfermo de verdad) que habitamos. Los otros, los que no piensan en nadie más que en sí mismos, los no empáticos, trabajan igual, o quizás más duro, que aquellos; y, no obstante, en la fábula, sus existencias solo merecen repudio (no es que les importe, desde luego). La pregunta que me da vueltas es: ¿no es ese maniqueísmo, precisamente, algo injusto?