Primera guerra mundial (I parte)

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Ya sabemos que, ahora sí, vivimos una guerra verdaderamente mundial. La primera de una nueva cuenta. No puede merecer sino ese nombre, pues involucra prácticamente a la totalidad de los países del mundo, y no solamente a los gobiernos, sino a los pueblos. Las llamadas guerras mundiales del siglo XX fueron esencialmente guerras europeas, aunque hayan salpicado de sangre otros parajes.
Además, fueron enfrentamientos de unos estados contra otros, mientras que en la de hoy todos estarían llamados a estar del mismo lado, por encima de sus diferencias políticas, que nada significan ante la índole de una amenaza común.

En la segunda mitad del siglo XX, y en eso consistió la Guerra Fría, el mundo vivió, sin armas, una controversia fundamentada en visiones distintas de la política y de la economía. Al mismo tiempo se dedicó a prepararse para que sus defensas estuvieran listas a rechazar el ataque de una de las grandes potencias de la época, o de alguno de sus aliados, o agentes, que les sirvieran de testaferros para librar guerras locales o regionales. Las afiliaciones, voluntarias o forzadas, a uno u otro campo, coparon la geografía del planeta.

A ese ritmo se desarrolló la “carrera armamentista”, advertida por Eisenhower cuando, en la agonía de su presidencia, denunció las consecuencias que para el mundo traería, como trajo, la alianza de la industria con el objetivo de desarrollar armas cada vez más sofisticadas, apoyada por la ciencia, al servicio del propósito de que los países pudieran ser, o parecer, más fuertes que todos los demás. Para no traicionar, en los papeles, el compromiso con la paz, se acuñó la peregrina, y a la vez irrefutable, teoría de que la disuasión del oponente era la clave del respeto mutuo y del mantenimiento de la paz. El equilibrio del terror.

Otra confrontación, tibia, motivada en razones de sentimiento religioso, mezcladas con tradiciones culturales e intereses políticos, con episodios de acción puntual y violenta, además de un discurso de “choque de civilizaciones”, alcanzó a pasar al Siglo XXI y a marcar el tono desordenado de sus primeros años. Tiempo que en algunas partes vio florecer, otra vez, gobernantes exóticos, figuras dominantes de sus naciones con argumentos elementales, mirando casi siempre hacia el pasado y carentes de imaginación para afrontar el futuro.

El año 2020 despuntó nublado con una amenaza invisible, creciente e implacable, capaz de producir un verdadero, e inédito, paro mundial. Nadie tenía preparado arsenal suficiente para defenderse. De ahí que la tarea principal, para enfrentarlo, sea la de esconder a la especie humana, cada quién en su refugio, mientras los estados se pueden dotar del arsenal necesario para combatirlo y derrotarlo.

Desde armas nucleares hasta ametralladoras montadas en camionetas, los Estados se habían preparado para afrontar eventuales nuevos episodios de las guerras tradicionales: enfrentamientos tribales de miembros de una misma especie, en la mayoría de los casos llenos de odio, disfrazado de ideales, y sedientos de poder. A todos los tomó por sorpresa un virus que vino a hacer realidad cálculos que diferentes centros de estudios estratégicos habían hecho ya sobre las amenazas contemporáneas contra la humanidad, a las que los gobiernos no habían hecho caso.

Ante la obligación de detener el asalto universal de ahora, y frente a la perspectiva de nuevas oleadas de ataques similares, ya comenzó, a las volandas, una nueva “carrera armamentista” destinada esta vez a fortalecer las capacidades de los sistemas de salud. El primer objetivo será el de las vacunas capaces de contener, en el futuro, nuevos brotes del mismo virus o de parientes cercanos. Soldados de la nueva guerra son los médicos y el conjunto de personas que laboran con ellos en la salvación de las vidas amenazadas. Pero todos ellos deben ser ante todo reconocidos en su significación, atendidos debidamente en su valor social y sus merecimientos laborales, y estar dotados de las armas necesarias, la infraestructura y la logística referidas para ir al frente de batalla.