Cuatro vueltas de tuerca

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Estuve leyendo a pedazos, a veces casi a la fuerza, la novela corta The turn of the screw, publicada en 1898 por el exquisito autor neoyorquino Henry James. Su título se ha traducido al español, tanto diríase literalmente (La vuelta de tuerca), como contextualmente (Otra vuelta de tuerca y Vuelta de tuerca).
Lo que rodea a esta obra parece nebuloso, tal que si nada le pudiera ser estable, ni siquiera su frontis: dicen que ello es parte de su encanto, de su magia, pero a mí me pone honestamente de malas. Así pues, para saldar la deuda de años, decidí, unas semanas atrás, que leería este librito profusamente citado y estudiado, admirado por sus alardes técnicos, copiado a montones en la literatura y el cine, simple o complejo: genuino, pesimista y revelador.

Quise hacerme con una buena edición en la honra mi compromiso, de modo que me personé en una librería de mucho éxito comercial, aunque al parecer de poca información, y le mencioné a cierta dependienta, una a una, las variantes de los motes de The turn of the screw en castellano. Debido a que las tres que me sabía no aparecían en su pantalla, opté por pensar en colombiano y entonces decirle un título en idioma colombiano, a ver qué pasaba. Naturalmente, ella escribió el nombre literario La otra vuelta de tuerca, una suerte de resumen de las palabras precedentes, empezando con el artículo de la que sería su versión más obvia, y, además, con ese apellido que implicaba otredad. Funcionó. En el momento en que la enseña del libro tuvo todos los vocablos españoles que fuera posible que tuviera (traza de que alguien decidió cortar por lo sano y no correr el riesgo de que algo se olvidara), supe que no me iría con las manos vacías: me llevaría un producto nacional.

Al principio, no me inquieté. ¿Qué motivo había? La industria colombiana, en general, poco se ha tachado de inferior (excepción hecha de los tapabocas criollos que un ingenuo compró en Bélgica en estos días, y que resultaron defectuosos, acaso por haber sido embalados igual que normalmente se hace con los alijos de cocaína en los barcos); y, en particular, tengo entendido que el mundillo editorial doméstico es no solo quejumbroso, sino culto y respetado afuera (el respeto de adentro no es muy redituable, se entiende). De manera que la confianza estaba justificada. Sin embargo, fue una decepción. Terminé de leer esa publicación que compré por dos razones, y ninguna era correcta: la primera, por terquedad, ya que no iba a dejar tirada la inversión realizada; y, la segunda (?).

Se trató de una traducción difícilmente dictada de un texto que, me imagino, a estas alturas es de dominio público. Con faltas de ortografía, inexistente puntuación, vacíos enteros que tocaba llenar con la imaginación (a mí, que siempre me falta). Una chapuza, un acto de proxenetismo infligido a una ninfa preciosa de la fabulación universal. La doble lectura de su contenido original, tan alabada, se convirtió en una cuádruple adaptación inconexa, chiflada, de sí misma, debido a la pobreza incluso moral que demostraron los responsables de esta apropiación de James, con descaro dedicada a la juventud lectora. Muerte temprana de las ilusiones de los jóvenes. Muerte al contado.