Turbios nubarron…

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


...oscurecen el firmamento de Colombia. El regazo amado  de la Patria continúa  humedecido por la sangre que diariamente derraman compatriotas vilmente acribillados por las balas homicidas. Atroz realidad convertida en vivencia cotidiana.
Líderes sociales, candidatos a alcaldías y a corporaciones de elección popular, policías, soldados, campesinos, niñas y niños, individuos todos  “de la especie humana cualquiera sea su edad, sexo, estirpe o condición”, como reza  el Código Civil en la definición de persona,  ven truncada  su existencia en el macabro holocausto de la violencia irracional e infame que flagela a la nación. El dolor que contrista el alma colectiva se sublima al   ver  que la Paz, la Paz,   anhelo excelso, ambicionado por los colombianos,  vitoreada jubilosamente con parodias del Himno Nacional, anunciada con bombos y platillos, adornada de oneroso ritual y revista de Mirages, en Cartagena, la heroica, el “Noble rincón de los abuelos…” emotivamente evocada por el bardo Luis Carlos López en el soneto a los Zapatos Viejos. PAZ que, formalizada en apoteosis memorable con la firma del Acuerdo Farc-Santos,  en el teatro Colón, en Bogotá, el 24 de noviembre de 2016, se desvaneció en gaseoso y quimérico universo onírico. De esa Paz vehementemente añorada y erróneamente pactada solo queda el vacuo nombre y el galardón que ostenta el Nobel de Paz....oscurecen el firmamento de Colombia. El regazo amado  de la Patria continúa  humedecido por la sangre que diariamente derraman compatriotas vilmente acribillados por las balas homicidas. Atroz realidad convertida en vivencia cotidiana.

Líderes sociales, candidatos a alcaldías y a corporaciones de elección popular, policías, soldados, campesinos, niñas y niños, individuos todos  “de la especie humana cualquiera sea su edad, sexo, estirpe o condición”, como reza  el Código Civil en la definición de persona,  ven truncada  su existencia en el macabro holocausto de la violencia irracional e infame que flagela a la nación. El dolor que contrista el alma colectiva se sublima al   ver  que la Paz, la Paz,   anhelo excelso, ambicionado por los colombianos,  vitoreada jubilosamente con parodias del Himno Nacional, anunciada con bombos y platillos, adornada de oneroso ritual y revista de Mirages, en Cartagena, la heroica, el “Noble rincón de los abuelos…” emotivamente evocada por el bardo Luis Carlos López en el soneto a los Zapatos Viejos. PAZ que, formalizada en apoteosis memorable con la firma del Acuerdo Farc-Santos,  en el teatro Colón, en Bogotá, el 24 de noviembre de 2016, se desvaneció en gaseoso y quimérico universo onírico. De esa Paz vehementemente añorada y erróneamente pactada solo queda el vacuo nombre y el galardón que ostenta el Nobel de Paz.Paz de opereta.

Paz que nunca se dio, a pesar de las promesas consignadas en el espurio Acuerdo; de la multimillonaria inversión hecha en la adecuación de infraestructura y de dotación en las zonas destinadas para alojar a los reinsertados; en la implementación y funcionamiento de la Justicia Especial para la Paz, la JEP  que hizo posible, en plural connivencia del Consejo de Estado y de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia que se fugara el narcoterrorista Santrich. Y de  la impunidad que se les concedió: pues ninguno ha dicho la verdad, ni acudido a la justicia, ya que, la Jep, es tribunal para la absolución de todos ellos; no han reparado a una sola víctima, y con las deserciones, la reorganización de frentes de combate y los manifiestos que incitan al odio de clases y a la violencia demuestran que no tienen propósito de no repetición sino de renovada reincidencia. A esas inmerecidas gabelas se suman las curules en el Congreso de la República: cinco en el Senado y cinco en la Cámara.

La Casa de la Democracia, el santuario de las leyes convertido en cárcel de narcoterroristas. En guarida de sujetos incursos en delitos de lesa humanidad transfigurados en ínclitos legisladores. Horror. “El diablo haciendo Hostias”. Salarios para todos los desmovilizados. “Ser pillo paga”. Esas son las prebendas otorgadas en virtud del Acuerdo. Acuerdo al que la mayoría del pueblo colombiano le dijo No en las urnas. Voluntad soberana que pisoteó el presidente Santos. Este había dicho solemnemente que sólo firmaría el Acuerdo si el pueblo de Colombia mayoritariamente lo aprobaba, y que, si ese pueblo lo rechazaba, respetaría esa decisión y no habría Acuerdo. El pueblo dijo No. El presidente deshonró su palabra.

Mintió con descaro insólito. Afrentó la democracia que tiene reglas precisas y una de ellas, llamada de oro, es el respeto por los pronunciamientos de los gobernados a través del sufragio universal y el principio de la mayoría. Todos esos beneficios otorgados generosamente -la clemencia razonable para con los que, de veras,  tuvieran voluntad de dejar las armas para insertarse en la contienda política de conquistar civilizadamente   la adhesión popular, obtener posiciones en la conducción del Estado dentro del sistema democrático con opciones y propuestas enderezadas a gobernar de la mejor  manera el país-,  privilegios dados pródigamente en aras de lograr  la Paz,  fueron desestimados  por los favorecidos con las espléndidas ventajas.

Continuaron haciendo lo que ellos saben hacer: extorsionar, secuestrar, torturar, matar, reclutar menores,  violarlos y desaparecerlos, volar oleoductos  (durante  este año han dinamitado sesenta veces el trayecto Caño Limón-Coveñas); destruir torres del sistema eléctrico, talar selva para cultivar coca, de 47.000 hectáreas –reducto-  que había  en 2010, pasaron a 210.000 en 2018. Afectar el ecosistema. El  narcotráfico arruina moral, psíquica y físicamente. Origina turbios nubarrones   de corrupción y de violencia que atacan mortalmente la Paz y la democracia en Colombia.