Un peligro acecha al Magdalena

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Escrito por:

Diego Arrias Urdaneta

Diego Arrias Urdaneta

Columna: Opinión

email: arriasdiego29@hotmail.com


La pobreza no es una elección personal. Simplemente algunos nacen en cuna de oro y otros en las más precarias condiciones. Nadie escoge a sus padres, es una situación ajena a la voluntad de cualquiera.

Ahora bien, tener un origen humilde para nada supedita el destino, cada quién construye su futuro de acuerdo a sus capacidades. Esta última premisa, por otro lado, encierra una controvertible realidad: La Igualdad, desde un punto de vista socio-económico, es antinatural, es utópica.

Ningún ser humano es igual a otros, pero esta afirmación nada tiene que ver con algún aspecto relacionado con: raza, color, sexo, idioma, religión; sino con que cada persona se distingue de otra en actitud y aptitud, y de no ser así seríamos maquinas robóticas. En ese sentido, unos luchan por alcanzar sus metas y propósitos, porque son de espíritus indomables, otros son conformistas o sencillamente no gozan de alguna habilidad innata especial. Esa diversidad, reitero de actitud y aptitud, deja como consecuencia la existencia de médicos, ingenieros, abogados y empresarios; pero también de enfermeras, maestros de obras, taxistas, obreros, entre otros. La interacción activa y armónica entre ellos genera el tejido que da vida a la sociedad.

Por supuesto, la diferencia de actitud y aptitud entre un ser humano con otro, produce por desgracia una indeseable pero inevitable desigualdad en cuanto al nivel de calidad de vida de los miembros de una colectividad. Es sin lugar a dudas, el conocido concepto de “Clase Social”, preconizado por los teóricos más conspicuo de la ideología socialista, donde destacan, claro está, Karl Marx y Max Weber. En resumen, a mi modesto entender, la dicotomía Rico-Pobre siempre persistirá Per Saecula Saeculorum.

El asunto es que la pobreza es utilizada, por siniestros personajes, como un medio para alcanzar sus fines políticos (Absoluta escuela maquiavélica), manipulando las emociones de las masas con prefabricados discursos cargados de demagogia que promueven la intolerancia y el odio de clases. Fidel Castro en Cuba,  y Hugo Chávez en Venezuela, son claros ejemplos.

El Magdalena elector debe estar supremamente consciente de esa realidad. El ejercicio del sufragio, en las venideras elecciones, se debe ejercer con total conocimiento del escenario político. Es un acto que exige completa responsabilidad. No se debe permitir que el discurso de odio de clases insufle de resentimiento a los Magdalenenses.

Por otra parte, estos sátrapas de la política al llegar al poder promueven modelos económicos asistencialistas insostenibles en el tiempo, toda vez que otorgan sin control alguno subsidios, sin atender responsablemente los recursos públicos. En el fondo perciben a las personas en condiciones desfavorables como un voto más, y los tratan tal cual como a un niño que recibe de regalo un caramelo, cuando en realidad no les importa mejorar dichas condiciones de vida. Un país solo consigue el progreso a través del esfuerzo en conjunto de todos los actores sociales. El trabajo es la vía hacia la prosperidad.

En todo caso, cuando un pueblo decide estrechar la brecha entre las clases sociales, comprende que deben prescindir de las ideologías y concentrar sus esfuerzos en construir un sistema político sobre las bases de consolidadas instituciones económicas y jurídicas de carácter inclusivas y no extractivas. Acá radica la verdadera razón en porque unos países fracasan y otros son prósperos. Cuando quien detenta el gobierno, es decir el poder político, procura permanecer por tiempo indefinido en dicha posición, como estrategia configura un régimen totalitario que tiende a favorecer los intereses de una elite en detrimento de la mayoría, estableciendo un pernicioso sistema extractivo que profundiza aún más la brecha social. En cambio, un verdadero régimen democrático, se sustenta en un fuerte Estado central, donde la autonomía e independencia de las diferentes ramas del poder público nunca es vulnerada, eliminando cualquier vestigio de totalitarismo; y se estimula con instituciones jurídicas y económicas inclusivas la inversión privada, democratizando el espectro de oportunidades,  y sobre todo apuesta por la educación del pueblo como forma de desarrollo.

Desaparecer la pobreza es una quimera, pero combatir la pobreza extrema es otra cosa. Por ende, todo gobierno debe proponerse erradicar el hambre, así como también garantizar a su población, el disfrute de los más elementales derechos como la salud, el trabajo, educación y el tener una vivienda digna.