Nuestra penosa manera de fabricar historia

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jesús Iguarán Iguarán

Jesús Iguarán Iguarán

Columna: Opinión

e-mail: jaiisijuana@hotmail.com


El caso de mayor trascendencia política en el país, sin duda es la deportación del ex Ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias hacia Colombia, para que responda por el escándalo de Agro Ingreso Seguro (AIS). El pasado lunes, una Corte de apelaciones de Atlanta validó su extradición.

No sé si realmente esta decisión gringa sea un verdadero ejemplo de justicia para que su país no lo tomen como refugio de sucesos inconcebibles, o posiblemente nos han demostrado que con pruebas contundente no se puede negar justicia, y con este hecho nos manifestaron que fuimos impotente ante las pruebas fehacientes que ellos expusieron a nuestra justicia en el caso Santrich.

La Corte Suprema de Justicia condenó a Arias por los delitos de celebración de contratos sin cumplimiento de requisitos legales y peculado por apropiación en favor de terceros y le impuso una multa de 30.800 millones de pesos, más una condena de 17 años.

Es justo que se condene a todo ciudadano que cometa cualquier caso de delito, pero no guardar imparcialidad en conceder libertad a aquellos personajes cuya historia de atentados no fuera bastante su índole y tendencia, cincuenta años de lucha, la más encarnizada y pertinaz probarían hasta la saciedad que es imposible reprimirlo de otra manera que por medio de la fuerza, sin embargo, a los exguerrilleros les proporcionaron tantas prerrogativas que hasta merecen la libertad después de ser aprendido “in fraganti”. No se justifica, ni se tiene explicación alguna, que en casos de que el exguerrillero se sorprenda in fraganti, se dilaten en forma infinita los procedimientos con el deplorable resultado de que finalmente, se confundan las pruebas, desaparezcan y se distorsionen para favorecer la impunidad.

Muchos colombianos no comprendemos la libertad condicional que la justicia concedió al exguerrillero Santrich, cuando el país y el mundo saben que su conducta jamás ha dejado de generar trastornos al país, tampoco ha sido inferior a los despojos de las extorciones, a los secuestros, a las violaciones, al narcotráfico, en fin, un rosario de fechorías. Sin embargo, no solo fue premiado en dejarlo libre, sino que le proporcionaron el privilegio de juramentarse como padre de la patria. Es incomprensible conceder libertad a los que aún no han acabado de revelarse contra el pueblo, a los que con su doctrina o con sus hechos zarpan los fundamentos de la autoridad y del Gobierno, es de repugnante contrasentido proporcionar libertad a los que ayer no más asolaban y enhambrecían a la sociedad, es una perversidad es una infamia.

A pesar de todos los privilegios y parcialidades que la ley le concedió, se negó acudir al llamado de La Corte Suprema de Justicia para escucharlo en audiencia judicial, ahora se encuentra desaparecido, huyendo de la justicia, para seguir con la tarea de poner en peligro la existencia misma de la sociedad.

Si alguna enseñanza suministra la historia, que acostumbra a darlas tan elocuentes, aunque a veces por desdicha tan mal aprovechadas, esa enseñanza es que las Farc nunca se han parado en el camino de las concesiones, sin embardo, los funcionarios del Estado siguen pensado que en las manos de los subversivos se encuentra la paz nacional.

Luis Felipe Arias, aunque no tuvo una conducta digna, fue traído hasta nuestro país para dar cumplimiento a 17 años de condena, Santrich quien no ha hecho otra cosa diferente a contribuir para que Colombia viva azotada, goza ahora de libertad, y cualquier la tarea que asuma, desde donde se encuentre, esa tarea será la de contribuir en dejar a Colombia postrada y aniquilada.
Muchos ciudadanos bogotanos se encuentran consternados por la libertad del “rompe vidrios” a quien apoderan ‘el Bizco’, es lógico pensar que, si liberan a un ciego como Santrich, por qué no liberar a un bizco. Esa es desgraciadamente nuestra penosa manera de fabricar historia.