Violencia

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Colombia no es precisamente el lugar más tranquilo del mundo. De hecho, está en el selecto grupo de los más violentos, según The Global Peace Index. Ese “honroso” puesto 143 entre 163 países estudiados.
El estudio de 23 variables define 3 ejes críticos: sociedad y seguridad, conflictos internos e internacionales, y el grado de militarización. Las fuentes documentales son respetabilísimas: The Economist, Naciones Unidas y The King College of London, principalmente.

Analizar la violencia implica conocerla a fondo, analizar sus causas y consecuencias, y plantear soluciones concretas. Según las definiciones tradicionales, es la aplicación de la fuerza física o verbal sobre cualquier persona, animal u objeto de modo tal que cause daño, voluntaria o accidentalmente.

Pero la violencia tiene muchas aristas; el filósofo Eric Weil en su obra “Filosofía y violencia”, dice que es la interrupción brusca del discurso por la fuerza bruta o por el lenguaje incoherente. De otra parte, la filosofía es una disciplina temida por los violentos porque enseña a pensar, a reflexionar, a discernir. Y si usted piensa se convierte en un sujeto peligroso para quienes dominan gracias a la violencia social.

Y es que la violencia no se limita al golpe artero, al grito intimidante o a la cobarde amenaza. Va mucho más allá. Aplica en el hogar, el trabajo o los centros educativos: hay muchas otras formas de agredir. El ejercicio de la violencia implica un daño sicológico del afectado: la descalificación y la humillación desvalorizan a la persona. Muchas veces es difícil de probar pero siempre hace mucho daño.

Otra manifestación violenta muy lesiva es la violencia económica gubernamental, manifestada mediante la corrupción y las tributaciones que tocan aspectos vitales de la economía del ciudadano. Por ejemplo, cuando gobiernos alcabaleros asaltan nuestros bolsillos sin retribución en aspectos vitales como educación, salud y bienestar ciudadano en general; son derechos constitucionales, no favores. Cuando los tributos subsidian a los grandes capitales y se imponen para tapar los enormes huecos de corrupción. En ese sentido, Colombia está en el borde de un despeñadero social.

Uno de los tres países más desiguales del mundo ha sido amenazado por el actual gobierno con una feroz embestida a las precarias economías familiares mientras anuncia enormes beneficios a los grandes empresarios con absurdos sofismas como que reducirles la tasa de tributación genera empleo, desgastada fórmula aplicada en 2003 durante el primer gobierno de Uribe que resultó en la precarización laboral y beneficios exagerados para los grandes empresarios sin que el empleo formal creciera.

Hoy, el inexperto presidente Duque sigue en una tónica que inició en el gobierno Gaviria y alcanzó su culmen durante los gobiernos de su mentor, lo cual ha significado un desarrollo social asimétrico, una violencia social invisible que se manifiesta en el crecimiento de la delincuencia común y organizada, bajas tasas de educación, escasa retribución de nuestros impuestos y la desaforada corrupción cuyos hedores traspasan nuestras fronteras y escandalizan a todo el planeta.

Carrasquilla, ministro impuesto por el expresidente Uribe, carente de hígado social, pretende tapar un hueco fiscal producto del saqueo del erario, no tan grande como nos lo muestran, sin que nuestro novato mandatario exija atacar otros frentes fiscales y actúe buscando un mínimo ejercicio de equilibrio tributario, como lo han indicados prestigiosos economistas. Y no se trata de atacar a los grandes empresarios, necesarios para nuestro desarrollo; el asunto es no seguir abusando de la clase media y los menos favorecidos.

El más grande mal de los últimos tiempos para Colombia ha sido el neoliberalismo, hoy devenido en algo peor: el neoconservatismo voraz y feroz. Aupado en eficaces formas de propaganda y medios de comunicación cómplices, han logrado que el ciudadano acepte lo inaceptable. La paz, decían pensadores como Álvaro Gómez, Luis Carlos Galán o Jorge Eliecer Gaitán (asesinados todos por proponer fórmulas de equidad social) es combatir veraz y eficazmente la agobiante corrupción, el hambre y la pobreza, la desnutrición, el desempleo y las carencias educativas, lo que no se soluciona clavando aún más a las clases medias y bajas. Se trata de robar mucho menos y hacer mucho más en favor de los ciudadanos. Todos somos colombianos y todos, ricos y pobres, debemos caber en este país que es de todos y no solo de unos pocos que gobiernan para sí.


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