Cusco, identidad cultural

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Imagine usted una ciudad en América Latina de unos 350.000 habitantes que recibe cerca de 3,5 millones de turistas/año de todas las procedencias geográficas.
Histórica, artística y cultural, limpia y en buen estado, con gente respetuosa dispuesta a servir a los visitantes sin abusar de ellos, con numerosos y variados atractivos. Se pueden andar cientos, miles de kilómetros a su alrededor sin pagar un céntimo en peajes. Esa es Cusco, Perú, antigua capital del imperio inca. ¿Nos recuerda alguna ciudad colombiana?

Allá, todo gira alrededor de la cultura inca. La población, mayoritariamente nativa o mestiza, buscar mantener y recuperar su cultura de la salvaje arremetida española durante la “conquista”, cuyo legado fue el saqueo de oro y plata, la erradicación de los todos conocimientos ancestrales, la cultura, arquitectura, religión y simbología inca; una transculturización sangrienta. Pasó igual en México y en toda América. En Argentina o Estados Unidos casi erradican a los nativos, a quienes ni siquiera consideraron seres humanos, como todos los que invadieron a América.

En el Qorikancha, donde existió un centro religioso, cultural y político de los incas, ahora hay un templo religioso dedicado a quien promovió la cruenta inquisición. La piedra de los 12 ángulos hace parte de un muro que sirve de soporte a otro templo católico. Tal vez, los otros lugares, ahora icónicos y turísticos, quedaban tan lejos para los invasores que nunca fueron destruidos o apenas lo fueron parcialmente. Menos mal se conservaron sitios tan espectaculares como Saqsayhuaman, el Valle Sagrado de los Incas, Ollantaytambo, Pisaq, el majestuoso Machu Picchu, el impresionante Moray, y muchos más. Tan respetuosos y defensores de los suyo son que, con el reciente descubrimiento de Vinicunca (la montaña de los 7 colores), una empresa minera extranjera ofreció explotar sus ricos yacimientos minerales; la oposición de la comunidad fue tan recia que el gobierno peruano desestimó la propuesta. En Colombia, les hubieran asignado la montaña, el Valle Rojo, y todo lo que pudieran destruir, a cambio de los “cochinos pesos”-como decía Condorito- y un jugoso CVY. En Cusco, la creciente cantidad de visitantes genera más de USD 500 millones directamente, además de los ingresos indirectos por agricultura, ganadería, artesanías, textiles, transporte, etc. Para todos hay. ¿Para generar ingresos hay que destrozar un país con la perversa minería o el fracking? ¡Por favor!

“Esta gente está en resistencia; callados, pero en resistencia”, nos decía un profesor universitario. En Cusco, además de sus vestiduras, comidas, lenguaje y demás símbolos propios, los nativos tienen emisoras y canales musicales en lengua quechua y muchas cosas más que los remiten a sus orígenes. Sí, el legado de la colonia española y la vida republicana mantiene en la pobreza a numerosos habitantes. Sin embargo, se les siente orgullosos de descender de aquellos incas que casi fueron desaparecidos de la faz de la tierra. Consideran que muchos bienes materiales y comodidades del primer mundo no les son familiares ni tan necesarios.
La oferta gastronómica mayoritaria, que oscila entre aquella para turistas -no muy legítimamente peruana que digamos- y la verdaderamente nativa, es una fusión sincrética entre la española y la tradicional cusqueña. El sello peruano aparece siempre en los restaurantes, aun cuando hay algunos de cocina europea o peruana moderna. Y en este punto se siente algo de vergüenza: en México, los ciudadanos se sienten orgullosos de sus tradiciones y de su cocina, tanto que la mayoría de restaurantes allá son de cocina mexicana. En Perú, Italia, España, Francia, Japón, etc. pasa lo mismo. Pero, en Colombia, la oferta gastronómica es principalmente estadounidense, mexicana, peruana, italiana, china, japonesa, etc. ¡Cuán difícil es encontrar cocina colombiana legítima y buena para recibir a un visitante extranjero!

Toda nación se siente orgullosa de sus ancestros, su cultura y su historia, pero parece que los colombianos queremos dejar atrás nuestra… ¿identidad? Me pregunto qué hace el Ministerio de Cultura, Comercio y Turismo por promover a la verdadera Colombia en otras latitudes y acá mismo. Mientras en Londres todos los museos importantes son gratuitos, en Santa Marta usted tiene que pagarle a un operador privado para acceder a las playas… ¡públicas!, en parques que no reciben un solo peso de mantenimiento. Qué tristeza, pero esa es Colombia. Y, nosotros los ciudadanos aceptamos todos los abusos sin rechistar.