No reduzcamos la JEP

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Verano de la Rosa

Eduardo Verano de la Rosa

Columna: Opinión

e-mail: veranodelarosa@hotmail.com



La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) constituye un modelo alternativo de administración de justicia.
Esto es clave tenerlo presente. No constituye el modelo “normal” de impartir justicia, nace para sociedades que transitan de un conflicto armado no internacional hacia la democracia.

El propósito de la JEP es contribuir a la creación de las condiciones que hagan posible la paz y el establecimiento de una democracia constitucional. Esto no puede olvidarse.

La JEP, en su trabajo de construcción de paz y democracia en un Estado Constitucional de Derecho, tiene que estar orientada hacia el perdón, la reconciliación y un razonable nivel de justicia para las víctimas. Debe ofrecer la oportunidad de reincorporar los actores del conflicto armado a la sociedad y reconstruir el tejido social roto por las arbitrariedades cometidas. Por esto debe ser independiente.

Sin una fuerte independencia de la JEP, no será posible la paz, el perdón y la reconciliación. Este es un aspecto que no puede ser desconocido por los poderes públicos. Por esta razón, en el proceso de conformación de la JEP, se contó con la supervisión de Naciones Unidas.

El perdón y la reconciliación para construir paz son las claves de este modelo alternativo de administración de justicia. No son ni pueden ser los criterios de justicia conmutativa, distributiva o correctiva los principios rectores de esta JEP, menos, el castigo proporcional a los daños ocasionados por los responsables de los delitos cometidos en el conflicto armado. Sin perdón no se puede construir paz, es más, sin perdón no existiría la humanidad.

Gracias al poder perdonar y a la promesa de no volver a ofender al prójimo, se ha construido la sociedad civil. Es su ingrediente esencial. Con el perdón y atados a la promesa de conservar la paz, se consolida la democracia. Sin ellos, la especie humana se hubiese destruido.

En la obra La condición humana, la pensadora judío-alemana Hannah Arendt, dice: “Las dos facultades van juntas en cuanto que una de ellas, el perdonar, sirve para deshacer los actos del pasado, cuyos <> cuelgan como la espada de Damocles sobre cada nueva generación; y la otra, al obligar mediante promesas, sirve para establecer en el océano de inseguridad, que es el futuro por definición, islas de seguridad sin las que ni siquiera la continuidad … sería posible en las relaciones entre los hombres”.

Acerca de lo que puede perdonarse, el filósofo argelino, Jacques Derrida, en El siglo y el perdón seguido de fe y saber, dice: “Si solo se estuviera dispuesto a perdonar lo que parece perdonable, lo que la Iglesia llama pecado venial, entonces la idea misma de perdón se desvanecería. Si hay algo a perdonar, sería lo que en el lenguaje religioso se llama pecado mortal, lo peor, el crimen, el daño imperdonable. De allí la aporía que se puede describir en su formalidad seca e implacable, sin piedad: el perdón, perdona solo lo imperdonable”.

Por consiguiente, cuidemos la JEP. Naciones Unidas colaboró en el diseño y construcción de esta administración de justicia alternativa. Sigamos su orientación en este tema crucial para la paz, el perdón y la reconciliación. No reduzcamos la JEP a un acuerdo de partidos políticos y a una mayoría parlamentaria. Construyamos una mayor deliberación y toquemos las puertas de la ONU. Vamos bien en esto, no lo dañemos.