La Vie en Noir

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Acaba de terminar la Segunda Guerra y la maltrecha Francia se reponía con los cantos de Edtih Piaf con esa bella pieza musical escrita por ella y musicalizada por Louis Gugliemi, La Vie en Rose, una canción de amor. Pero no era amor precisamente lo que habían recibido las antiguas colonias francesas de ultramar, especialmente las africanas. Tendrían que trascurrir más de tres lustros para la salida final de los galos de todas sus colonias, extendidas por buena parte del planeta: Vietnam (Conchinchina), Camboya y la China; el occidente y norte de África, y aún en el este, en Somalia; las islas del Pacífico (la Polinesia francesa) y América. Basta saber que la Casa Habsburgo puso al emperador Maximiliano en México, gracias a Napoleón III. Hace apenas un siglo antes que se abolió la esclavitud en las colonias francesas en el continente negro.

Después de la disolución del gran imperio colonial francés, hubo enormes migraciones legales desde el África meridional, Argelia especialmente, Costa de Marfil y Camboya. La reunificación de Europa acentuó la migración de los antiguos colonizados, quienes llegan a Francia en condiciones de precariedad, a veces en familias numerosas. El país los acoge con los mismos derechos, pero con el rechazo de algún sector xenofóbico: negros, pobres y musulmanes provocan hostilidad. La adaptación a su nuevo país fue muy difícil. Los oficios “despreciables”, la informalidad o el deporte son los escapes cuando las condiciones son desventajosas. Y, sí, algunos descendientes de esos migrantes optaron por el fútbol. La selección absoluta de 1998 se ve enriquecida y favorecida por algunos pero valiosos  hijos de migrantes que le ayudan a obtener su primer título.

Los franceses empezaron a acostumbrarse a nombres distintos, de origen africano muchos; también, a fenotipos distintos, lenguas diferentes y diversas culturas vistiendo casacas de sus más importantes equipos. No era raro ver nativos negros, al lado de asiáticos o latinoamericanos celebrando goles y logrando trofeos. La conquista ahora era al revés. Eso lo entendió claramente el capitán Didier Deschamps, ese portentoso mediocampista de la Juventus y de la selección gala que jugó y celebró en Stade de France de Saint-Denis su primera conquista, cuando la Marsellesa sonó 3 veces en los 90 minutos, cuando un descendiente de argelinos, Zinedine Zidane, sacudió las redes en dos ocasiones, cuando por vez primera besaron la Copa Mundo, cuando por vez primera se fundieron en un solo abrazo, un solo grito, una sola celebración, nativos, adoptados y foráneos. No había lugar a la xenofobia, a la discriminación, al rechazo. Francia fue una sola nación.

Veinte años después, Deschamps armó un equipo representativo de esa República Francesa de hoy: de los 23 convocados, 15 descendían de africanos y 2 nacieron en África. Aún más: el entrenador de delanteros de Bélgica es Thierry Henry, nacido en las Antillas Francesas. Un gracioso meme que circuló comparaba el color de la piel de los jugadores del primer campeonato con los del segundo y mencionaba los efectos del cambio climáticos. Hoy, el fútbol habla francés, no solo por los galos sino por Bélgica, país enriquecido también con numerosos jugadores de origen africano. Algunos franceses raizales inscribieron sus nombres en los libros de la historia: alguien tenía que poner el nombre del país campeón y la bandera nacional.

Algo ha cambiado desde aquellos tiempos cuando los negros eran considerados inferiores, entes sin alma y hechos únicamente para el trabajo pesado; desde cuando Hitler fue humillado por el atleta negro “Jesse” Owens, en los Olímpicos del 38, desde cuando los atletas negros Tommie Smith y John Carlos fueron expulsados de los Olímpicos de México, o desde cuando Rosa Park no se levantó a  darle su puesto a un hombre blanco en Estados Unidos.

No todos hemos cambiado. En Colombia, para no hablar de otros lares, el racismo es aterrador, no obstante las leyes que prohíben cualquier discriminación. Esos hijos de la inmigración africana a Francia demostraron que una buena educación, una alimentación adecuada, una debida preparación y un ambiente apropiado producen una correcta distribución social en todos los órdenes. A estas horas de la vida no nos vengan con cuentos de razas superiores, de cerebros más grandes o de elegidos por los dioses. El futbol de Francia ahora canta la Vie en Noir.