Fútbol industrial

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Es este un hecho del que desde hace años se tenían fundadas sospechas y que ya se ha confirmado de una vez y quién sabe si para siempre.
En el fútbol actual, ya no solo priman, sino que triunfan aplanadoramente, la velocidad, la potencia física (incluida la muy diferenciadora estatura), la táctica, la bendita táctica, así como la fundamentación técnica de los jugadores (diría que fundamentación de fábrica, pero creo que es más de maquila), y no el aprendizaje silvestre y todavía gratuito que ofrecen los potreros latinoamericanos, en los que competir descalzo, empantanándose de tierra viva, viene a ser cosa normal. Así, pues, los europeos lo lograron: han terminado por imponerse en esto de definir qué es el fútbol. Porque, el que gana, define cómo es todo. No se pelea con los resultados.

Antes, al menos, contestábamos a esta superioridad con exceso consolador: son equipos millonarios -decíamos-, de bonitos uniformes y estadios, pero no tienen el alma ni la gracia de los llamados sudacas; por eso, difícilmente Argentina o Brasil les tienen miedo, y por ahí va Colombia, al son de la misma onda victoriosa que le da prelación al talento antes que al vicio de correr como locos. Hablando de fútbol, estos países eran como una especie de Cenicienta, unos cenicientos del fútbol, con quienes la historia no había podido; éramos una fisura en la marcha histórica de los acontecimientos, y entonces podíamos cobrar dulce venganza por nuestro subdesarrollo (no en poco, también responsabilidad de Europa) usando la pelota que sabíamos tratar mejor que ellos. Tal idea se la escuché adaptada hace tiempo a un futbolista rumano (es decir, europeo, pero del este) por la Euro de 1996, que en ese momento apenas se iba a disputar. Rumania salió en primera ronda.

Ahora bien, puestos a buscar causas al margen, se encuentran. Pensemos en que no tiene mucha lógica que jugadores de países en los que hay una mejor seguridad social, alimentación o justicia, caigan ante los representantes de la inequidad de por aquí. Tomemos el caso colombiano: ¿cuántos de los nuestros, que tan dignamente perdieron la batalla ante los “caballeros del Imperio británico”, han sido víctimas de la violencia nacional en sus varias formas, que ya sabemos que no se ha ido, estructural que es? Golpeados allá adentro, solo milagrosamente podrían oponer fortaleza oportuna a rivales impasibles aquellos que han sido abandonados por la sociedad hasta hace muy poco. En tales condiciones de presión sicológica, emergen desde el piso las diferencias entre unos y otros, esas que se creían aplastadas por la plata, los hoteles finos, las novias y los viajes de lujo. Es ahí cuando pesan los recuerdos de una vida previa de inseguridades; y cuando, en cambio, quien no ha sufrido privaciones decide bien, como siempre lo hizo, tomando a su destino por el cuello.

Por lo demás, no deja uno de sentir que algo le falta a un Mundial en el que da lo mismo que se corone a cualquiera de los cuatro que llegaron a las semifinales (escribo esto el lunes en la noche -y lo reescribo el martes por la mañanita-), porque, sí, todos esos combinados son igual de buenos, pero también todos juegan más o menos a lo mismo. ¿Será este acaso un nuevo tipo de consuelo?