Los gringos y la política

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



He estado entreteniéndome con la lectura de una de las biografías de Richard Nixon -intitulada simplemente "Nixon"-, escrita por el periodista Anthony Summers. Años antes había leído "Leaders", libro escrito por el propio Nixon, y había quedado asombrado con la gran inteligencia del fallecido líder norteamericano, sin duda uno de los personajes más polémicos de aquel país. En esta biografía se refrenda aquello de la brillantez de Nixon: abogado de profundas cavilaciones, estadista experimentado, intelectual serio, analista profundo, original escritor, y demás atributos por el estilo.

Sin embargo, leyendo el libro de Summers, y aunque uno haga el esfuerzo por no creerle (el periodista trata, a lo largo de toda la obra, de destruir a Nixon), es inevitable quedar con la boca abierta frente a las pruebas recaudadas en la investigación biográfica, que inmediatamente permiten llegar a la conclusión de que Estados Unidos tuvo, durante ocho años, un Vicepresidente, y durante seis años, un Presidente, completamente chiflado. Un orate, ni más ni menos. Summers se adentra en el infierno personal de Nixon, pasando por sus complejos personales, sus inútiles intentos de compensación, su alcoholismo, su farmacodependencia, y lo peor, su infinita capacidad de resentimiento y de odio. El gran odiador, Nixon.

No me interesa ni defender ni atacar a Nixon, quien, como todos los muertos, muerto está, y no se diga más. No obstante, el tema si es muy ilustrativo para acercarse con alguna precisión a las condiciones del ejercicio de la política en Estados Unidos (el, todavía, país más poderoso del mundo), que no han cambiado mucho en cuarenta años, y sobre todo, para entender la cabeza del elector gringo, el mismo que eligió y reeligió al otro loco de Bush Jr.

Yo he sido uno de los amigos de aquella idea según la cual el pueblo gringo no es en absoluto responsable de lo que sus gobernantes (presumiblemente agentes del gran capital) han hecho y hacen. He querido creer que el intervencionismo gringo es producto de la ambición desmedida de los que mandan en aquel país a través del ejercicio de una política despiadada y criminal para con el resto del mundo, y no de la influencia, si es que la hay, de un simple Homero Simpson, es decir, del ciudadano yanqui común y corriente, que sólo quiere ver el fútbol americano, tomarse una cervecita, ver pornografía y esnifar algo de vez en cuando.

No obstante, lo anterior y ante el irritante auto-convencimiento gringo frente a asuntos como el de Libia, no me queda más que creerle a Summers (quien, en ningún momento dice esto textualmente, lo digo yo, que lo infiero de sus venenosos dichos), tengo que otorgarle un valor de verdad a su tesis: sí, el pueblo gringo no está menos locos que sus gobernantes (no es inferior a sus dirigentes, diría Gaitán), y por eso elige, y seguirá eligiendo a tipos como Nixon, o como Bush, cuya estabilidad mental y emocional es una entelequia, siendo lo peor de todo el hecho de que todo el mundo, en ese país, lo sabe y lo reconoce. Burlémonos un poco, pues, ya que no podemos hacer otra cosa por ahora, de la estupidez gringa, la misma que hace que los tengamos aquí, con su fantasmagórica presencia, ordenándonos la vida, burlándose a cada momento de su patio trasero.