¡Anda! Ya es martes y aún no he escrito el artículo del jueves. No sé sobre qué escribiré esta vez.
Transcurren los escritos, uno tras otro, sin pena ni gloria. A lo sumo algunos aplausos, de los más amigos y allegados, que halagan el haberme tomado la vocería por ellos, para soltar con palabras más o menos disonantes el nudo que llevan en sus gargantas. Les agradezco leer mis notas y alentar mi desahogo que es también el suyo. Me induce a hacerlo la necesidad de comunicar y de comunicarme. Me importa la respuesta de mis interlocutores, la aprecio, la reclamo y la siento como un abrazo solidario a esa manía de mi constante impertinencia de criticarlo todo para que se construya mejor.
Temas hay por montones. Son el pan de cada día en plazas, corrillos, bares y cafetines. Nos gusta hablar, opinar, decir, disentir, contradecir, chismosear pero no escribir. Somos más dados al parlamentarismo, pertenecemos a una cultura ágrafa, en la que surgen de repente oradores, literatos y poetas. Somos afortunados por este surgimiento. Hablando menos y escribiendo más habríamos conservado nuestra historia, así las palabras no se las habría llevado el viento.
Meter el ojo en los acontecimientos de la vida diaria, escudriñarla, es advertir que el material de la escritura está en todas partes. El de los artículos de prensa, el de los discursos, de la narrativa y la poesía está ahí, esperándonos, anclado en los sentimientos, en los odios y en el amor, en las desdichas, en las perversidades y en las fantasías de los seres humanos. Nos inspira aceptarlos como ciertos, entenderlos en su esencia y transformarlos en análisis para la exacerbación fugaz o la educación o, en prosa y en versos para el deleite perenne.
El tormentoso deseo de interpretar ese caudaloso y complejo torrente de hechos y situaciones provocadas por nuestros semejantes y por nosotros mismos es lo que me impulsa a escribir, buscando afanosamente encontrar una explicación que alivie mi exaltación y le devuelva la paz a mi alma. La sociedad está en crisis, gritamos a todo pulmón, se corrompió la sal, nos llevó Mandinga y no hay nada qué hacer. Sálvese quien pueda. Para qué leer. Es más de lo mismo que nada arregla. La política y la justicia asquean. Hay desconfianza, no hay gobierno y nada o todo que perder. Tremenda incertidumbre induce al desmadre.
¿O es la otra? A nadie le interesa saber, a ninguno le interesa creer. Aferrarse a Dios y pare de contar. Olvidarse que hay políticos y jueces corruptos, que no hay arte, cultura y ciencia que desarrollar, defender y preservar, que no hay ganas de vivir, ser, estar y de ganar. ¡Anda! Y por un momento pensé que me había quedado sin tema para este jueves.