Esta patria es Caribe y no boba

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Nadie menos que el mismísimo Libertador, Simón Bolívar, dijo lo del título hace ciento noventa y ocho años.
Concretamente, en carta a su entonces amigo Santander fechada el 8 de noviembre de 1819 desde Pamplona, es decir, solo unos meses después de la definitiva Batalla de Boyacá, y así, diríase, en el hervor más burbujeante del poder, a los treinta y seis años de edad, con once más por vivir. Esa patria, la que él y otros hombres decididos estaban inventándose como subversivos, como guerrilleros que buscaban liberar a su suelo natal de otros que se creían sus dueños habiendo sido paridos en otras partes, es la que nos quedó hasta hoy. La misma, más allá de que después los intereses terratenientes y de miseria humana la hayan fraccionado para mal de las gentes que la pueblan en los múltiples lados de las fronteras de estos países tan iguales entre sí.

Esa patria, la que Bolívar después definió como una cuestión excluyente, al declarar en 1824 que “La patria es preferible a todo”, es la que los yanquis ahora, a través de la amenaza de derrocamiento a la satrapía gobernante en Venezuela, amagan con invadir. Que alguien le explique a Trump que se trata de dos cosas distintas: una, la parasitosis que se enquistó en el intestino venezolano, y que debe ser anulada, es cierto, pero por el propio pueblo que la padece; y, la otra, la patria grande que a sangre y fuego nuestros antepasados proyectaron para que no fuéramos huérfanos en territorio natural, para no tener que rogar a otros de otros lados que nos aceptaran tal y como somos. No es poca cosa: eso se llama libertad. Está en juego el orgullo histórico de una veintena de naciones hermanas que no van a aplaudir que “los bárbaros” (como los llamó José María Vargas Vila) invadan a Caracas con la excusa libertadora para, en realidad, chupar la sangre petrolera de una república que es nuestro vivo reflejo.

Que alguien le explique a Trump que por aquí son los sentimientos lo que importan, y que desde “el Río Bravo hasta la Patagonia” no pocos les guardamos honesto rencor a los imperialistas yanquis, por su pretensión nunca disimulada de venir a aplastarnos; y que ni siquiera los líderes de todos estos países, incluida Colombia, se atreven a nadar en contra de esa corriente emocional, a pesar de que bien lo pudieren llegar a querer. Invadida Venezuela, todos en Latinoamérica sabemos que cualquiera puede ser el siguiente: el, hasta ahora, sonsacado México; el todavía subdesarrollado Brasil; el que otra vez parece inestable Ecuador; la anacrónica Cuba; o hasta los convenientemente pro-yanquis Perú, Chile y Colombia. Cualquiera. Y de cualquier manera: ya con tanques y aviones, ya con políticas económicas de efecto aislacionista. Lo sabemos y no, no lo aceptamos. Esta tierra se hizo libre a la brava, y algo –o mucho- nos queda en la conciencia.

Esta patria de Bolívar es caribe y no boba. Hemos estudiado suficientemente lo que pasó hace dos siglos, y aquí, se quiera o no aceptar, ya se entendió que fue el radicalismo patriota del hijo del León de Caracas, mientras otros flaqueaban en sus convicciones, el que produjo que un enemigo mejor pertrechado terminara vencido y humillado. Sería mejor no retar la sangre caliente de los latinoamericanos, pues, aunque una confrontación generalizada es improbable, el dominó de la política internacional es siempre incierto (veamos, si no, los libros de historia). Y la siguiente ficha en caer no podría ni debería ser la usualmente instrumentalizada Colombia (pragmática, dicen por aquí). Cuidado, Washington; y, sobre todo, cuidado…, Bogotá.