¿Lo soñé?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Fui a ver una peli de las colombianas; o no, mejor: no era colombiana: más bien estaba hecha con retazos de la cotidiana realidad vernácula, de esos que cualquiera de nosotros en cualquier parte del mundo reconocería por ser fácilmente dable suponer que ellos han debido de haber formado parte de un todo que muy seguramente antes hubo de explotar. Como todo aquí: explotó. La película en cuestión no está hecha por un extranjero, aunque el nombre de su director revele ciertamente la infrecuente circunstancia del origen italiano del mismo en un país de poca inmigración: el filme, Gente de bien, de 2015; el director, Franco Lolli. Sin embargo, ello es irrelevante para lo que quiero decir aquí: la película de que hablo fue manufacturada a base de los referidos ingredientes del diario vivir que la brutal diferencia de clases en Bogotá genera, pero la mirada no es local.


Desconozco si Lolli estudió o no cine en Italia, en Europa, o en cualquier otro lado que no sea Colombia. Ello explicaría en parte el asunto, pero no del todo porque tampoco es tan importante la formación en tratándose de su resultado: pude haber estudiado en el fin de mundo algo, pero lo que hago con ello es de mi entera responsabilidad, no de nadie más. En esa lógica, si Lolli estudió cine afuera, y la película que reseño es, en efecto, resultado de esos estudios, como en muchos otros casos similares, pues está clarísimo que la perspectiva desde la cual se cuentan las cosas es externa. Si no, si el director no estudió afuera, y no tiene influencias extranjerizantes, es igual: la mirada es la de alguien que aleja su lente de las emociones sociales colombianas, agobiantes como son, quizás para poder explicarse mejor, en una suerte de manifestación de compromiso artístico que excedería lo estético. O no, no es así, y tal vez se trata de apenas esto último: simplemente de una forma narrativa más eficaz que coincide, puro azar, con aquellas más racionalistas.

No lo sé. Pensaba en esto a raíz de un sueño que tuve días antes de ver la película (y no, no estoy tratando de imitar a Martin Luther King). Me pareció tan extraño que ya no sé muy bien si fue un pensamiento trastocado en ensoñación, o el descarado robo de una idea ajena que tal vez leí por ahí y ya no recuerdo dónde. Todo puede ser. En el sueño, yo hablaba con alguien, o conmigo mismo -da igual-, y argumentaba muy sesudo acerca de que la nacionalidad de las obras de literatura no es necesariamente la de sus autores, ni tenía que ser por fuerza la del lugar donde transcurren las acciones, o siquiera la del pasaporte de los personajes, si tales tenían alguna. Me obsesionaba tanto en el sueño con esa tesis que recuerdo con absoluta lucidez incluso sentir la satisfacción perversa que da prevalecer legítimamente en una discusión (y Dios sabe que me he cumplido el capricho de meterme en cuanta discusión ha habido, prostibularia o no, mal que me pese).

Era tan apasionada la defensa de mi tesis onírica que, ahora lo veo: estoy de acuerdo con ella. El ejemplo que daba allá adentro era el de Cien años de soledad. ¿Cuál otro? Pocas novelas más catalogadas como internacionales ha habido. Decía que Cien años no era en realidad una historia colombiana, ni venezolana (como se ha dicho), ni caribeña o latinoamericana, sino simplemente mexicana, por los sonidos mexicas de su constitución lexicográfica, la definición psicológica de los caracteres, y cierta lentitud deliberada no exenta de energía y resolución tanto en las vivencias narradas como en la narración misma. Era, mi sueño, como una premonición (sí, una premonición) de la obsesión de cuando viera Gente de bien días después: la idiosincrasia de las obras narrativas es la de su mirada inconsciente, no la pretendida. El problema está en la calidad de la visión.