El fiscal

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Estuve leyendo la carta que el pillado fiscal para la corrupción le escribió al país todavía no sé muy bien con qué intención. Muy linda, sin embargo: casi lloro. Empieza con una petición de perdón a su “padre”. Supone uno que su padre es Dios, y no el de carne y hueso, porque acompaña su solicitud de indulgencia clamando que no supo lo que hizo, al más puro estilo bíblico. Si su sinceridad todavía no es puesta en duda con lo anterior, solo hace falta seguir leyendo: “[…] Hoy sé que a cualquiera de nosotros le puede pasar, […]”. Sí, es cierto: a cualquiera de nosotros le puede pasar que se deje tentar por la corrupción, pues ninguno que esté vivo es un santo, pero eso no viene al caso en tratándose de ofrecer una verdadera muestra de arrepentimiento (cuyo efectismo, bien lo sabe él, algo le podría llegar a servir en los procesos penales venideros): el hecho de justificar lo que hizo, a través de la excusa que sea, demuestra que en realidad la opinión de los colombianos le sigue importando lo mismo que antes. Después de todo, no va a cambiar de conciencia en dos días.


La frase anterior la conecta con un gimoteo muy particular. Dice, a continuación: “[…] lamento haberme reunido con el investigado Alejandro Lyons, sin embargo, ante las autoridades explicaré las razones de este fatídico encuentro […]”. Es decir: lamenta haberse reunido para, presumiblemente, delinquir con Lyons; pero, al mismo tiempo, no lo lamenta en realidad, porque afirma que hubo razones para ese encuentro. O sea: se justifica de nuevo. A esta altura, vuelve a preguntarse uno: ¿para qué escribió esto? Sí, tal vez para intentar conseguir –ingenuamente- un aligeramiento de culpas mediático que le sirva después en los procesos penales: en la propia actuación (sobre todo en la valoración de las pruebas testimoniales), y, ante la opinión pública, que determina en gran medida el sentido de los prejuicios de los jueces –siempre los tienen-.

Pero eso no me parece razón suficiente para hablar más de la cuenta, como lo ha hecho el exfiscal: ¿para qué desgastarse con un ejercicio de santurronería pública que, habida cuenta de las pruebas que obrarán judicialmente, es previsible que no le servirá de mucho? Incluso, el mismo Moreno reconoce entre líneas su conducta en aparte posterior de este documento, que lleva su firma y huella, del cual él no ha negado su autoría, y que seguramente se sumará al acervo probatorio en su contra: “[…] Sé que me equivoqué y asumiré mi error, hoy sé que nadie camina la vida sin haber pisado en falso. […]”. Intuyo que, en la ponderación de las estrategias, un asiduo de los estrados criminales en calidad de defensor, como él, habrá estimado más conveniente, en el largo plazo, allanar el camino para tratar de constituirse en víctima de algo, no sé (del aparato judicial, del fiscal general Martínez –por nombrarlo-, de los demás, de Colombia, de sí mismo, etc.), que quedarse simplemente callado y esperar la prosecución judicial. Ser víctima, aquí, en el país de la absurda emocionalidad, a veces funciona, y él lo debe de tener muy presente.

En esa decisión que hubo de tomar, seguramente pesaron otros aspectos que van de acuerdo con su talante de sinvergüenza, que es el de pedir perdón pero justificarse. Es así que dos párrafos de la carta de súplica, Moreno los dedica a resaltar sus méritos como académico y abogado penalista, además de hacer notar (con un lenguaje caduco, de antes de ser descubierto) que la Fiscalía con él creció en estadísticas de anti-corrupción. De nada le servirá: la magia de la manipulación solo funciona cuando antes no se ha apercibido al público del truco.