Más enemigos, más honor

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Hace diez años, en 2007, la policía italiana capturó finalmente al peligroso mafioso Salvatore Lo Piccolo, fugitivo desde 1983.
Lo Piccolo, entonces jefe supremo de la Cosa Nostra siciliana, ofreció un curioso entremés que enterneció a los siempre nerviosos miembros de la operación contra el crimen. Cuando llegaron a su escondite, hallaron un documento mecanografiado que encarnaba una blasfema imitación de los Diez mandamientos de la historia bíblica. Se trataba de otro decálogo, uno menos altruista, aunque igual de místico que el de Moisés: eran una suerte de diez mandamientos del buen mafioso, una elaborada guía de vida a través de la cual, se supone, sus soldados, capitanes, e incluso capos, podrían recordar puntualmente cómo guardar la compostura de la que dependen, no solo el éxito de la empresa, sino tanto su libertad como sus propias vidas.

La idea subyacente es muy simple, pero poderosa: en ese negocio, todos dependen de todos, así que más vale legitimar la sangre ancestral mediterránea que comparten, y hacerlo aplicando rigurosamente el orden, la concentración y la disciplina; de lo contrario, la propia familia se encargará de alinear al que no lo entienda. Llaman la atención sobremanera, dentro del comportamiento esperado de los mafiosos de Palermo, los mandamientos 2º, 4º y 7º; los que, valga decirlo, parecen estar pensados para complacer a sus nada sumisas esposas. El 2º ordena claramente: “Nunca mirarás a las mujeres de nuestros amigos”. O sea: el quiebre de la unidad empresarial por un lío de faldas no es algo aceptable: piensa y enfócate. El 4º manda perentoriamente: “No irás a bares ni discotecas”. O sea: no te vas a emborrachar en frente de enemigos y policías: no seas idiota. Y el 7º es la siguiente perla: “Las esposas se respetan”. O sea: te necesitamos con el respaldo de una familia: debes tener miedo a perder algo.

Este último mandamiento es muy gracioso, sobre todo si se lo contrapone al 5º: “Siempre estarás disponible para la Cosa Nostra, incluso si tu esposa está dando a luz”. O sea: la familia personal es importante, pero más importante es la familia de los negocios: de aquí solo sales con los pies por delante, así que mira bien lo que haces. Cuando leía esto, me fue inevitable recordar la contradicción que, aparentemente, no existe para estos honorables caballeros respecto del trato de las señoras. En una escena de El Padrino, Brando le insiste a su hijo, Pacino, sobre la preparación minuciosa de los detalles con que este ha de erigirse en don; al final se disculpa por ser tan cuidadoso, y explica: las mujeres y los niños pueden darse el lujo de ser descuidados, los hombres no.

Sin embargo, el mandamiento mafioso más patético no es ninguno de los anteriores, sino el último, el 10º, exquisitez absoluta. Dice que no pueden formar parte de la Cosa Nostra “aquellos que tienen parientes cercanos en la policía, aquellos con informantes en la familia, aquellos que se comportan mal o son inmorales”. O sea: no se admitirán fugas de información ni hombres sin honor: la famosa omertá, cuya violación se paga con la vida. Para estos mafiosos, el mal y la inmoralidad son aspectos subjetivos a más no poder, dependientes del nivel de coraje que se tenga para mantener la boca cerrada en todos los momentos. Algo así como la lealtad probada, aun a costa de las consecuencias de ser fieles a unos pocos en contra de la peligrosa mayoría: una variante del amor a Dios sobre todas las cosas, pero representado solamente en la ardiente pasión por el poder, el dinero y, claro, el orgullo innegociable.