Democracia en riesgo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Difícilmente hay noción alguna tan manoseada y tergiversada como la democracia. Gracias a la ignorancia política y filosófica de las naciones, la falta de información y el desinterés por entenderla, los políticos la apartan para desbocar su codicia de dinero y poder sin el control popular y político requerido. Cualquiera, en nombre de la democracia, impulsa abusos inaceptables, sea una agresión a otro país, atropello a las minorías o persecución a quienes disienten, como vemos diariamente en muchos países, Colombia incluida.
Paradójicamente, son ejercicios de poder verdaderamente antidemocráticos. Entonces, urge repasar y comprender sus orígenes, noción y filosofía, para navegar a través de su historia y avanzar hacia su correcta aplicación. El concepto de democracia ha cambiado desde sus orígenes, y las sociedades contemporáneas, además de entender su real significado, deben prepararse para su pleno uso y debido manejo.

Las primeras sociedades se organizaron como sistemas comunitarios e igualitarios. Las agrupaciones tribales se convirtieron en sedentarias y sus integrantes asumieron funciones diferenciadas; fueron necesarias las primeras asambleas, a fin de conciliar intereses distintos. En la Grecia primitiva no había representación sino rotación en los cargos de gobierno, y sólo podían ocuparlos varones libres. Clístenes propone la primera reforma social con equilibrio de poderes; Platón y Aristóteles mencionan tres formas de gobierno: monarquía, aristocracia y democracia. En la Edad Media europea, Italia y Flandes hablan de democracia urbana, pero realmente la aristocracia era la forma de gobierno. En Islandia, los cantones suizos y el Reino de León surgen los primeros ayuntamientos. Los protestantes contribuyeron a apartar el poder de la iglesia católica en los reinos europeos, ideas que pensadores como Hobbes, Locke y Rousseau utilizarían posteriormente para hablar de la soberanía del pueblo.

En la América precolombina, en el siglo XII se formó la Liga Democrática y Constitucional conformadas por varias tribus norteamericanas, constituyendo el antecedente primigenio de la democracia moderna: limitación y división del poder, además de igualdad democrática entre hombres y mujeres. En Estados Unidos emerge la primera democracia moderna, gracias a su independencia de Inglaterra. La Revolución Francesa devino en el primer gobierno popular y democrático en Europa. Las guerras de independencia hispanoamericanas marcan un sendero irreversible de libertad y democracia en el mundo. Se reafirman las ideas libertarias con la Declaración de los Derechos de Virginia y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano en Francia, el constitucionalismo y el derecho a la independencia. Para mantenerse vigentes, las monarquías europeas viraron a democracias representativas, como vemos hoy en España o Inglaterra.

A la actual democracia se oponen sistemas que coartan la participación popular en los gobiernos: las dictaduras civiles y militares, las extremas políticas, el populismo, el caudillismo o los “estados de opinión” que en algún momento pretendieron imponernos. Los enemigos de la democracia no duermen. Desde la extrema izquierda, los regímenes disfrazados de demócratas conculcaron los derechos sociales, igual que sus congéneres de la ultraderecha; con diferente camuflaje, son los mismos demonios. Por ello, la educación y la participación política siguen siendo elementos defensivos fundamentales de las sociedades ante los intentos extremistas de regresar a sus caducos modelos totalitarios.

Hoy es necesario preservar la verdadera democracia de sus enemigos naturales, seudodemocracias con cualquier peligrosa fórmula de gobierno. La única manera de conseguirlo es mediante la educación para el siglo XXI, impidiendo la alienación doctrinaria. En realidad, quitando denominaciones políticas como la orgánica del franquismo o popular de los marxistas, solo hay 3 formas de democracia real: directa, indirecta (representativa), y semidirecta (participativa).

En Colombia, la democracia real está serios riesgos: la ultraderecha pretende imponer un sistema que revuelve en mortífera síntesis el caudillismo, el poder confesional y el feudalismo, mientras que los nostálgicos del fracasado marxismo todavía juran que Corea del Norte o Venezuela son paradigmas a seguir. Agréguele usted la letal ponzoña de la corrupción. No, señores. Hay que apostarle a la verdadera democracia, en la cual la mayoría ejerce el poder sin atropellos, discriminaciones o persecuciones a opositores; en la que hay respeto por la ley, los derechos y los tratados internacionales; en dónde la economía de libre mercado convive armónicamente con gestión social, lejanas de prácticas putrefactas. Estamos a tiempo de reflexionar y atajar a los asaltantes del poder para evitar un golpe severo a las instituciones.