Al estilo Jalisco

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La semana pasada anduve por la muy tercermundista, pero sólida, densa y dinámica, Ciudad de México (que ya no se llama D.F., me repitieron, sino CDMX). La mayoría de los taxis de allí tienen esta coloración rosada en sus portezuelas desde hace un tiempo: me parece que es un ensayo honesto, y muy viril, de recordar la gran cantidad de mujeres víctimas de violencia criminal en aquel país, el riesgo latente, y así comprometer a los hombres con su consciente protección, sin que ello lleve al inicio de nuevos ciclos de machismo. El buen clima, la inagotable comida y, especialmente, esa humanidad directa y activamente pacífica que son los mexicanos, me invitaron a deslizarme hacia el escenario callejero de los mariachis. Mientras lo hacía, recordé por instinto aquella historia que intenta explicar el origen de esa bonita palabra idiosincrática, mariachi, y que yo ya le había contado a alguien que no la entendió: surgió del intercambio cultural habido durante la ocupación francesa (México, territorio rico, de suelo rico y ubicación privilegiada, siempre ha sido premiado con enemigos grandes y hambrientos, que tampoco la tuvieron fácil con los mexicanos).


Cuando, a mediados del siglo XIX, los franceses se juntaron con sus partidarios en México, los conservadores, los traidores colaboracionistas, quienes querían a un país europeizado y débil en lugar del orgulloso pueblo indio y mestizo de hoy (si esto lo lleva a pensar en la muy europea Colombia, no es por casualidad), también se untaron de algo de pueblo. Finalmente, es un error hacer la guerra sin hacer política. Y al contrario. En medio de ese maridaje surgió, se cree, la moda afrancesada de celebrar sus bodas invasoras como lo hacían los locales: con la música de cuerdas españolas, canto y trompeta, que no poco influjo recibiría de otros lados, y que servía entonces para solemnizar los casorios de rancheros, especialmente en Jalisco, ese mismo que no se raja.

La palabra francesa para matrimonio es mariage y, si se la pronuncia sin saber hablar ese idioma, con acento mexicano, tenemos mariachi. Música de mariage: música de mariachi. Claro que la borrachera de los nuevos napoleones terminó cuando don Benito Juárez fusiló sin contemplación alguna a su bondadoso emperador Maximiliano, después de aguantar varios años, moviendo hacia atrás la sede del gobierno de la resistencia mientras esperaba con coraje un giro favorable en la guerra, hasta que por fin lo logró. Por eso está enriquecido el mariachi de historia patria, de fervor nacionalista, por eso lo quieren tanto, mexicanos y extranjeros. Y por eso, escucharlo y cantarlo, con tequila y taco, debería ser obligatorio para todo latinoamericano.

Por lo demás, pude entender mejor por qué los apasionados versos pausados del infinito José Alfredo Jiménez (“Yo sentí que mi vida, se perdía en un abismo, profundo y negro, como mi suerte; quise hallar el olvido, al estilo Jalisco, pero aquellos mariachis, y aquel tequila, me hicieron llorar”) están atravesados de un coro que, más que ello, es una orden de amigos: “¡No te rajes!”. A José Alfredo lo mató el tequila antes de los cincuenta años, pues no le era soportable, sin destilado, aquello que tenía que vivir, lo que sea que haya sido. No me extraña: la pasión de México es tal que contagia, para bien o para mal, se quiera o no. ¡Salud!