Reforma política impúdica

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Dos de las propuestas de la Reforma Política presentada por el gobierno son preocupantes. Me refiero a habilitar votantes a los dieciséis años y voto obligatorio. Estas dos reformas fueron diseñadas para favorecer la llegada de la izquierda al poder en el corto plazo.


Muchos apoyamos el proceso de paz con la guerrilla por considerarlo el mal menor; sin embargo, esto no significa que estemos dispuestos a apoyar la llegada al poder de la guerrilla vía fastrack. Las dos propuestas mencionadas deben ser tajantemente rechazadas. Hay que denunciar públicamente la mala intención del gobierno, y así impedir que un Congreso diabético las apruebe. Cualquier discusión de fondo en lo referente a la forma de hacer y participar en política debe darse vía trámite ordinario y no Fastrack. ¡Presidente, no abuse de la generosidad de los colombianos!

Si la intención real de la Reforma es fortalecer la democracia, entonces lo indicado es subir la edad para votar. Se vota a conciencia cuando se es independiente económicamente y se está participando en la economía. Es decir, cuando se trabaja y se pagan impuestos y se es impactado directamente por las políticas públicas. Cuando los jóvenes dependen económicamente de los padres y no saben lo que es ganarse el primer cheque, tienen una visión idealista de la vida, y se simpatiza con la izquierda y la fábula socialista. Considero que la edad deseable son los veinticinco años; edad promedio en que la mayoría de los colombianos son realmente independientes del hogar paterno. No podemos caer en la trampa de permitir que la izquierda llegue al poder apalancándose en la ingenuidad e idealismo de los votantes jóvenes.

La otra pata de la trampa, es la del voto obligatorio. Si los jóvenes a partir de los dieciséis años son obligados a votar, ya sabemos por quién votaría. Rechazo rotundamente el voto obligatorio no solo por todo lo dicho anteriormente sino también porque desconoce el inmenso valor democrático de abstenerse. El gobierno tiene que asumir su vergüenza por el fiasco del voto plebiscitario y dejar quieto el principio sagrado de la libertad. La abstención exige un mayor esfuerzo interpretativo y por esto se favorece el voto obligatorio y el voto en blanco. Una abstención alta indica que hay desconfianza en el sistema y sus instituciones. En realidad, el mensaje de la abstención es mucho más contundente y poderoso que el del voto en blanco porque el ciudadano que participa en el proceso, así sea votando en blanco, le reconoce validez al sistema, mientras que el que se abstiene de participar, no. La abstención obliga a que el sistema político se autocritique y por esto se quieren deshacer de ella. Si no fuera verdad lo del poder de la abstención, no estarían proponiendo el voto obligatorio. Todos entendemos que una abstención alta es una vergüenza mayor para cualquier democracia. Seria increíble que se coartara la libertad del ciudadano solo porque el gobierno de turno fue humillado con una alta abstención.

Es más importante la calidad del voto que la cantidad. El que haya un número mucho mayor de votantes y bajos niveles de abstención, no nos hace una mejor democracia, cualitativamente hablando. De hecho si se pudiera votar solo a partir de los veinticinco años, el problema de la abstención se resolvería solo.

Otra propuesta, periodo presidencial de cinco años, aunque no es motivo de alarma, si parece conducirnos por el camino equivocado. Producto de una aberración histórica, gracias a que nuestra historia ha estado atestada de caudillos, el presidencialismo colombiano es de naturaleza mesiánica y caudillista. La propuesta se sustenta en este atavismo y pretende prolongarlo, cuando en realidad deberíamos erradicarlo.

El camino que queremos seguir es aquel en que los ciudadanos voten por programas y no por mesías. Si lo relevante es el programa y no la persona, cuatro años son más que suficientes para que el gobernante demuestre las bondades de sus programas y para que los ciudadanos evalúen la continuidad de los mismos. Sería más beneficioso acortar el periodo presidencial, o si no les gusta, dejarlo igual. Porque es que cinco años en las manos de un mesías apocalíptico no solo es una calamidad pública sino también una eternidad.