¿De quién es la culpa?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Si usted le muerde un perro, ¿quién responde?: ¿el dueño del canino, el animal, usted, la autoridad? Si un reguetonero populariza una “canción” humillante para las mujeres, ¿quién es culpable?:
¿el autor, el intérprete, los medios que la emiten, la gente que la escucha, la autoridad, las mujeres? Cada uno, según su visión, señalará a otro y habrá mutuas y múltiples sindicaciones. En el fondo, todo ese caos social que nos agobia tiene varios hilos conductores: esencialmente, nuestra falla como sociedad en educarnos y autorregularnos, y la corrupta torpeza de nuestros dirigentes para construir nación. El horrendo homicidio de la niña Yuliana Samboní destapó lo bueno, lo malo, lo feo y lo peor de nuestra sociedad.

La pobreza en Colombia bordea el 28%, unos 14 millones de conciudadanos. La miseria está en el 8%, casi 4 millones. El 1% de la población concentra el 40% de .la riqueza nacional. ¿Cree usted que esto se debe a la violencia de los grupos armados por fuera de la ley –guerrilla, paramilitares o narcos-, o más bien a nuestra dirigencia, históricamente insensible a las necesidades de la sociedad colombiana? La violencia es derivada directa de la corrupción. Un indicador de ello lo muestra International Transparency; los países más corruptos del mundo muestran los mayores índices de violencia.

El actual gobierno nos clavará una reforma tributaria que recaerá, como siempre, en los segmentos medios de la población (los ricos no pagan impuestos porque evaden y eluden, y los pobres tampoco, porque no pueden), pero los anteriores han sido iguales: el IVA y el 4x1000 han sido las gallinas de los huevos de oro. Justo por estos días se reactiva el caso Reficar: 8,5 billones se robaron. ¿Cuánto quieren recaudar con la reforma? Unos 18 billones, dicen. ¿Cuánto cuesta la corrupción en Colombia? 4 puntos del PIB, cerca de $20 billones/año. Haga usted sus cuentas. ¿No resultaría mejor atajar esa delincuencia organizada que merodea el erario? Recuerde usted que ese dinero es de todos, no de quienes lo administran. Y, ellos son nuestros empleados, no nuestros jefes. Pero el ratón está cuidando el queso...

Según el FMI, los tres peores problemas de Colombia guardan relación entre sí: corrupción, desempleo y delincuencia, con impacto directo sobre la sociedad. Estamos en el “honroso” puesto 95 entre 175 países evaluados. Y la guerra: según Indepaz, 411 billones gastados en seis décadas, sin indexar todavía: en un solo día se gastan 22.000 millones de pesos. ¡Válgame Dios! ¿Qué tal si se invirtiera ese dinero en educación, salud, generación de empleo, investigación y desarrollo, infraestructura, vivienda, etc? Mientras el presidente Santos recibe el Permio Nobel de Paz por sus esfuerzos orientados a terminar el conflicto con las Farc y el Eln, el anterior presidente le pone palos a la rueda de la reconciliación nacional.

El enfático y aparente rechazo al execrable crimen de la niña Yuliana escondía la miseria humana de algunos personajes y sus seguidores. Mientras los enemigos del proceso de paz intentaron por todos los medios relacionar el caso con las Farc, su contraparte ponía en boca de sus adversarios palabras que nunca salieron de su boca. Las redes sociales se convirtieron en apestoso campo de batalla ideológica. Se habló de los privilegiados sociales que luego resultan beneficiados judicialmente frente a ciudadanos humildes duramente castigados por hechos menores o similares en el peor de los casos.

Pero no se trata de nombres ni casos específicos, del homicida o del reguetonero, consecuencia y no causa de nuestra podredumbre social, sino todo lo que ha causado una dirigencia de corte medieval que, inmisericorde, atropella a sus ciudadanos. La corrupción es la génesis de todo ello; la violencia y la delincuencia en todas sus manifestaciones, la exclusión social, el desplazamiento y el despojo de tierras (el caso de la familia Samboní), el desempleo y la falta de educación, con sus inevitables y fatales consecuencias. La solución atraviesa transversalmente por la educación, la lucha contra la corrupción y el debido uso de los recursos nacionales. ¿Estarán interesados nuestros dirigentes en arreglar las cosas o permanecer con su statu quo? ¿Estará interesado usted, apreciado lector, en seguir así, o en promover un cambio favorable para las siguientes elecciones? Piénselo bien. Actualmente, nuestro futuro es sombrío, infecundo y desolador.