La piedad, un don del Espíritu Santo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alberto Linero Gómez

Alberto Linero Gómez

Columna: Orando y viviendo

e-mail: palbertojose@hotmail.com



Es común que tengamos dudas de Dios. A veces ocasionadas por las “injusticias” que vemos a nuestro alrededor o que padecemos sin ver que Dios actúe para hacer que no sucedan. Otras veces porque vemos que los “malos” ganan y destruyen a vida de aquellos que lo aman. Son muchas las razones por las que a veces tenemos dudas de fe y no sabemos realmente dónde está Dios.

Hoy quiero invitarles a reflexionar en torno al primer don del Espíritu Santo: la piedad. Tenemos ese don en nuestro corazón, pero podemos pedirle hoy al Espíritu que lo renueve en nosotros. El don de la piedad lo podemos definir como la capacidad que nos da el Espíritu para pode hablar con Dios filialmente, con ternura y así poderlo alabar y bendecir. Sí, es el Espíritu Santo actuando en nuestro corazón para orientarlo hacia Dios. Nos hace comprenderlo y adorarlo con todas las bendiciones que él tiene para nosotros. Gracias a este don podemos captar su presencia en nuestra historia, su misericordia y su amor de Padre. Se le busca para estar con él para compartir su vida, sentir su ternura y corresponderle a todo el amor que nos ha dado.

Sí, podemos estar en relación con él es gracias al don de piedad, por eso hoy te invito a pedirle al Espíritu que te dé ese don para que puedas seguir creciendo en tu fe, para que puedas vencer esas dudas y ser alguien que le pertenece totalmente al Señor. Es un regalo de Dios que debes recibir y usarlo. No te cierres a su actuación sino déjate llevar por su fuerza. Cuando vivo este don soy capaz de abrir el corazón a los hermanos y descubrir en ellos y en sus actuaciones la presencia maravillosa y poderosa del Padre Dios. Estoy seguro que si te abres a su acción podrás enfrentar esas dudas y afirmarte en tu fe.

Seguro la lógica de Dios no es nuestra lógica y por eso necesitamos la ayuda de su Espíritu para poderlo comprender. Pero tenemos que estar abiertos a la acción del Espíritu y dejar que él nos muestre que es lo que caracteriza el actuar de Dios. Muchas veces nuestra prepotencia nos hace cerrarnos a su acción y terminamos en posiciones de negar lo que no conocemos y lo que no hemos querido experimentar.