Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Al carecer de dotes adivinatorias, me es imposible establecer ahora si, al momento en que usted está leyendo esto, el coronel Gadafi ha sido derrocado o no. En principio, aunque he simpatizado con el progresismo practicado por el libio, eso no me interesa: una dictadura -creyéndoles a los noticieros- de derecha o de izquierda, para mí, es lo mismo: el quebrantamiento del orden de libertades y de derechos (humanos, en su mayor parte, por supuesto), sumado al consecuente desbarajuste social con vocación de permanencia en el tiempo que tal forma de gobierno trae consigo, configurándose así un espectáculo de masas realmente despreciable. No puedo estar de acuerdo con ninguna dictadura, entonces, porque considero que ese aborto de los pueblos, sea cual sea su color, repito, no es sólo algo ilegal, ilegítimo, terrorista, sino esencialmente inhumano.
Y no caerá hasta que la gente que apoya a Gadafi deje de hacerlo. Que quede claro. La señora Clinton podrá mostrarle todos sus dientes al Coronel, usando de la sempiterna maquinaria de guerra gringa (¿quién es el "mad dog", realmente?), pero los hechos han demostrado que, si bien hay un descontento al interior de la sociedad libia, como el que hay, digamos, en México, en Rusia, en China, o, por decir algo, en Colombia, la cuestión decisiva es el real fundamento nacional que la gobernabilidad de Gadafi aún mantiene, tanto así, que, con el pasar de las horas y los días sin que "el dictador" caiga, ya los sabios analistas de Occidente han tenido que empezar a rectificar y a contar de nuevo: ahora las dolorosas e injustificadas pérdidas humanas producidas en la confrontación civil no ascienden a decenas de miles, como se vociferaba inicialmente, sino a unos cientos. En fin: si, por la decantación natural del pueblo libio, su líder debe irse, que así sea, pero que ello no se produzca por la inaceptable injerencia externa de los interesados de siempre.