Razones de fondo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Me he demorado en comprender lo obvio: el plebiscito no es un simple mecanismo de legitimación política de las variantes jurídicas que sobrevendrán necesariamente con lo acordado en La Habana.
Se trató con ello, ante todo, de afilar la espada de Damocles que debía pender sobre la cabeza de los tipazos de las Farc para así mantenerlos a raya. Es lo que mucha gente no entiende, o no ha querido entender, a pesar de ser algo bastante evidente: este gobierno, que de socialista no tiene nada, ha tenido que aguantarse no solo a Uribe, sino a la prepotencia de la guerrilla para tratar de parar la muerte en los campos. ¿A quién se le puede ocurrir, en términos realistas, que Santos trabaje con las Farc para volver esto una utopía comunista? Eso solo cabe en mentes calenturientas en las que los maniqueísmos del desequilibrio son los que mandan.

En realidad, es de presumir debidamente que Santos y su gobierno han tenido que hacer un gran esfuerzo para arredrar en algo a una guerrilla que nunca ha estado derrotada frente al Estado colombiano, porque este ha sido una entidad fantasmal, débil y paquidérmica, por corrupta, que no ha tenido nunca la capacidad organizativa y logística para exterminar los focos de violencia de una geografía tan agreste como la nuestra. Eso es lo que heredó Santos, y con tan pocos elementos a su favor, el presidente se atrevió a desafiar a negociar a los insurrectos, y allí mismo, sentados a la mesa de negociaciones, derrotarlos ante el pueblo colombiano. Les quitó la exclusividad de su discurso con esta idea: ahora ya no solo la deuda social se puede cobrar mediante las armas, pues el Estado ha reconocido sus obligaciones al respecto: esas obligaciones son ya política pública que debe ejecutarse. Y esto es así porque todos estamos públicamente comprometidos.

El Estado colombiano ha sido históricamente una cosa débil, por ser cosa pública. En Colombia, lo sabemos, lo que ha sido y es fuerte, es lo privado; y los privados nunca han querido que haya un Estado sólido. ¿Es necesario explicar por qué? En este país, la captura estatal se ha dado como algo natural: aquí no mandan sino los que se han auto-denominado “la clase dirigente” desde los tiempos de la Colonia. Ante ese escenario, ¿cómo pedir que no haya guerrilla y otras formas de violencia? ¿En qué mundo viven los que aspiran a que la gente no reaccione frente al abuso?

Santos tal vez supo desde el principio que, para mantener a los guerrilleros sentados y en disposición, había que “amenazarlos”, no con la fuerza del Estado, que eso no los trasnocha, sino con el juicio del pueblo (el mismo que ellos pregonan), pues a la políticamente inculta Colombia lo que le hacen falta son elementos, razones de fondo para decidir fundadamente, con información suficiente, y en conciencia. Esto último es lo que hoy, otra vez, se les pide a los colombianos, especialmente cuando se les recalca que esta no es “la paz de Santos”, ni la de nadie en particular. Hay que ser muy mezquino para no reconocer que la paz, una vez llegue, sería como la guerra: no discriminaría entre uno y otro, sino que impartiría su tibieza a quienquiera que desee vivir mejor.