El discurso es el mismo, casi calcado con doble papel carbón, y no hay, a primera vista, forma alguna de contrarrestarlo. Cooptación total de todas las instancias del Estado, desde lo más alto del poder, en una suerte de destino trágico para los pueblos.
Por lo que desde ya anunció que no aceptara ninguna veeduría nacional o extranjera, porque éstas le “hacen el juego al Imperio”.
Por supuesto que los partidos de oposición no participaran en los próximos comicios, porque según sus voceros se tratara de una “farsa electoral”, en ese doloroso tránsito que ya la Comisión Episcopal nicaragüense había advertido, de la instauración desde el palacio presidencial de un partido único, sin obstáculos, y con el desconocimiento de todas las garantías ciudadanas.
Sin importar las voces de reproche internacional que ya ha suscitado, como las del Congreso de Costa Rica, emblema de la democracia latinoamericana, que ha solicitado a su gobierno la activación de los mecanismos internacionales ante la OEA y la ONU, para forzar a que Ortega asegure la restitución del parlamento, restablezca el funcionamiento normal de los partidos que se oponen a su régimen y se respete las voces discordantes a su llamada revolución sandinista.
Búsqueda del poder absoluto que no respeta fronteras, en una patológica obsesión, como Perón y los Kirchner, Álvaro Colom en Guatemala, Chávez y Maduro, que disfrazan su gula insaciable por el poder, a punta de “leyes habilitantes antiimperialistas por la paz”. Discursos calcados, con leves variaciones, a los que Colombia tampoco es ajeno, como se verá con el tiempo, muy pronto.
Cuando no se respetan linderos morales, ni mandamientos éticos y se entra, como por un túnel oscuro, en la sórdida categoría de los poderópatas (“La patología del poder “de Francisco de Federico Muñoz- Amazon Kindle), incurables enfermos por el poder, que no conocen fronteras ni límites en su búsqueda. Y que como se está viendo en América Latina tiene ribetes peligrosamente contagiosos.