Resistencia civil

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La estrategia que desde ya plantea Uribe para su puesta en escena luego de la firma de los acuerdos de La Habana no es inefectiva: acude a métodos que no le corresponden para llegar a objetivos que sí son intrínsecamente suyos.

En la confusión está la ganancia: está demostrado históricamente que, en política, importan tanto –o más- las técnicas de aglomeración de prosélitos como el propio fondo de las ideas supuestamente defendidas. Así, el hecho de arrogarse la capacidad de resistir (cuando no se es ni remotamente una fuerza pasiva) demuestra el deseo, una vez más, de presentarse como perseguido, cuando en realidad no se es tal. Y el resultado final podría ser, justamente, que se logre consolidar la imagen de mártir ante una opinión pública dúctil: petróleo en el desierto.

Resulta evidente que la resistencia civil es propia de quienes se ven obligados a resistir, pues no les ha quedado de otra; de hecho, es claro que, si pudieran elegir, no querrían andar resistiendo nada. ¿Quiénes están obligados a la resistencia civil, después de todo? Los que no pueden sino hacer eso: los que no están en el poder. Es también lógico, presumo, que solo resisten los que se interesan por hacer contrapeso político a quienes deciden por todos, y que la mayoría de la gente no está interesada en hacer eso, sino apenas en sus vidas privadas. Esto porque, si todos resistieran, la resistencia ya no sería tal, y se convertiría en mayoría electoral, por ejemplo, y así, no se trataría de “reacción contra la reacción”, sino de verdadera acción. Es decir, de poder.

Detrás del anterior aparente galimatías hay una gran verdad, incómoda y callada, vieja y soslayada: en los que resisten siempre hay una vocación de poder. En otras palabras: el problema, para “los resistentes”, no es el supuesto mal ejercicio del poder del contrario, sino no tener aquel. En eso, Uribe y las Farc, por decir algo, encuentran puntos en común, y hasta podrían llegar a entenderse en un hipotético diálogo: estarían de acuerdo sobre su desacuerdo fundamental: lo malo es que mande el otro, “y no yo”. Porque sí, sin más ni más; o sea, sin importar los porqués materiales de sus respectivos postulados, si los hubiere. Es por esto, y no por asuntos teóricos, que la política es tildada no pocas veces de cosa detestable: está hecha para los oportunistas que ven al prójimo como un negocio parlante (y no muy pensante), y no para los que, tal vez, tendrían algunas soluciones para las problemáticas sociales. Esto último suele considerarse algo menor, o casi improbable.

Uribe le sigue apostando al atolondramiento de la gente. Podría pensarse que fracasará, como otras veces, pero no sería sensato dar por descontado que está del todo equivocado. Por lo tanto, habrá que esperar y ver en qué consiste la “resistencia civil” que ha anunciado hace unos días. Preguntado, solo pudo decir que habrá “documentos y marchas”, y poco más que eso. No lo creo. Imagino que alguien que se dedica a la urdimbre todo el día siempre sabe lo que va a hacer. Otra cosa es que no lo diga. Otra cosa es que se haga el despistado genérico, para sorprender. Lo mejor será conservar la amoralidad en el análisis, pues sin ello no podría entenderse lo que esté por venir.