Se fue uno, pero nos quedan otros

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Finalmente terminó el periodo de uno de los funcionarios que más daño le ha causado a la institucionalidad del país, el hasta hace poco fiscal Montealegre. Muchos medios y líderes de opinión comentaban que el balance de la gestión del exfiscal era agridulce, o en otras palabras, que había hecho cosas buenas y malas.


Yo disiento de esta opinión, para mí el balance es nefasto, es agrio y amargo y no tiene una sola gota de dulce. Los aciertos que tuvo la gestión del Fiscal palidecen en comparación con el daño que el paso de Montealegre le hizo a la Fiscalía como soporte de la justicia.
El respeto y la credibilidad de las instituciones son sagrados y deberían ser intocables. En una institución como la Fiscalía no tiene cabida la filosofía de que el fin justifica los medios, y el ejercicio de esta función debe apegarse a los más altos estándares éticos y a los principios legales. Tampoco es aceptable una Fiscalía politizada.
El señor Montealegre, politizó su función y obró maquiavélicamente para avanzar una agenda política, generalmente dictada desde el Palacio de Nariño. Tanto así, que todas las actuaciones de la Fiscalía están bajo sospecha. Personas que todo el país sabe deben ser investigadas, y si hay razones válidas, judicializadas, se han agarrado de los pecados de Montealegre para acusarlo de persecución política, y algo de razón tienen. Un Fiscal ambicioso, lambón, adicto a la exposición mediática y en constante campaña política, dejó herida de muerte una institución que ya venía maltrecha. Los escándalos no han sido ajenos a la Fiscalía casi que desde el momento mismo cuando fue creada.
Puede que Santos esté contento con los “servicios prestados” por el servil funcionario, pero, debería saber el presidente, que los resultados inmediatos logrados por Montealegre se alcanzaron afectando la imagen y credibilidad de la institución ante los ciudadanos.
Precisamente, la raíz de nuestra violencia es el sentimiento de muchos ciudadanos de vivir en una sociedad injusta, en donde la ley es para los de ruanas, y las instituciones son instrumentos de opresión al servicio de las elites que nos gobiernan. Por esto, la gente toma justicia por su propia mano, por esto la gente no siente el menor remordimiento en no pagar impuestos o hacerle trampa al Estado. En esta percepción, el Estado es enemigo del ciudadano y no el encargado de tutelar sus derechos. Mala cosa que un Presidente que quiere la paz, haga esfuerzos inusitados por deslegitimar las instituciones del Estado al politizarlas.
Aunque Santos no es el único, ya que Ordóñez, el inquisidor, ha hecho en la Procuraduría lo mismo que hizo Montealegre en la Fiscalía. Polos opuestos operando desde orillas ideológicas contrapuestas, o más bien intereses opuestos, pero con los mismos métodos conducentes a la deslegitimación de las instituciones. La paz comienza, cuando los ciudadanos creen en el Estado y sus instituciones y no cuando se firma un acuerdo con un grupo al margen de la ley.
Y hablando de paz, es difícil entender cómo un Presidente que tiene entre sus manos un país descuadernado, que ha sido incapaz de llevar a feliz puerto la negociación de La Habana, ahora comience un proceso con el ELN, grupo terrorista, todavía más reaccionario y retrogrado que las Farc. Pienso que lo sensato es primero concluir lo de La Habana y demostrar que funciona, para después sí iniciar una negociación con el ELN.
Pienso que a estas alturas, Santos está preocupado sobre cuál será el legado de su gobierno. Sabe que fracasó en casi todos los frentes, y el sombrero del ahogado es firmar acuerdos con las guerrillas. Piensa él, que esto por si solo será suficiente para pasar a la historia como uno de los mejores presidentes, y por qué no, ganarse el Nobel de Paz. Dudo que logre alguna de las dos cosas, pero el tiempo tendrá la última palabra.
Santos llegó al poder con unas enorme expectativas y se esperaba de él que profundizara las transformaciones iniciadas por Uribe, y no fue así. Santos nos defraudó y de paso nos deja un país en retroceso. Él puede dar las excusas que quiera, pero la realidad es palmaria y no admite discusión. Tampoco puede excusarse alguien que, según la leyenda urbana, se preparó toda la vida para ser presidente. Para terminar con un poco de sarcasmo, tal vez, la preparación de Santos para ser presidente consistió en hacerse el manicure una vez por semana.