Falta de estado, simplemente

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Es lo políticamente correcto y una acción necesaria pero inefectiva para controlar la transmisión de enfermedades, y de no ser por las tragedias de cada epidemia -malaria, fiebre amarilla, chikunguña o Zika-, es patético asperjar insecticidas por todas partes, anhelando la desaparición los mosquitos vectores de enfermedades: los resultados, paupérrimos.

 

El desalojo del espacio público es una necesidad ciudadana y una obligación del gobernante, quien debe enfrentar también en el agudo problema socioeconómico de unos cuantos, ensayando soluciones diferentes a echar al Esmad: la violencia del bolillo desaloja andenes, pero no soluciona necesidades primarias. La insaciable corrupción genera cráteres fiscales insondables, y cada gobierno pretende taparlos con impuestos, impuestos y más impuestos: la pereza y la falta de creatividad de la dirigencia nacional son asombrosas. Se feria el país en una desenfrenada privatización de recursos estratégicos y productivos al "mejor" postor. Los departamentos que más regalías reciben son los más atrasados; los niños guajiros mueren de inanición en medio de la bonanza. Todo lo mencionado simplemente demuestra la falta de estado.

Erradicar la malaria en el mundo es posible, como se ha hecho en algunos países. Se requieren, para 2030 en 34 países (Objetivos del Desarrollo del Milenio, OMS) USD 8,5 mil millones. ¿Habrá interés de esa  Babel en eliminarla? Cada año el mundo consume cerca de 205 veces esa suma, 1,8 billones de dólares en gasto militar. Mientras el mundo "civilizado" sufre la epidemia de obesidad, desperdicia 1300 millones de toneladas de alimentos que no llegan a los 870 millones de seres humanos que padecen hambre. Si, claramente, las naciones "civilizadas" prefieren la guerra, ¿en Colombia va a ser disímil?

La caída del imperio romano, de cierto ejercicio democrático, derivó en el feudalismo que se impuso en Europa -con la excepción de Al Ándalus, en España- y que los iberos trajeron al continente en forma de virreinato. ¿Qué era la nación hispana de entonces, sino una reunión de feudos? Grecia ("todo gobierno está sujeto a la ley, y toda ley a un principio superior") y Roma ("la Constitución de la República no es obra de un solo hombre ni de una sola época") propusieron organizaciones estatales aproximadas a las que conocemos, y Juan sin Tierra plasmó la primera Constitución anglosajona; eran reacciones al binomio iglesia-estado que imperó en el medioevo, cuando las normas eran promulgadas por el Papa (Dictattum Papae). La independencia de los Estados Unidos (constitución federativa) y la revolución francesa (división tripartita del poder estatal) abrieron caminos a modelos de gobierno más civilizados, que infructuosamente se intentaron aplicar en América Latina con la denominada independencia del siglo XIX; hoy, entre el feudalismo regional colombiano, el populismo latinoamericano de todas las pelambres y las consecuentes dictaduras, estamos distantes de una democracia como la soñaron desde la antigua Grecia. Los sectores más radicales de la derecha colombiana aun sueñan con monarquías y señoríos; mientras, las facciones rígidas y dogmáticas de la izquierda añoran el fracasado modelo soviético. En el centro, la dirigencia navega a conveniencia en distintas aguas, sin doctrinas políticas distintas a no parecerse a unos y otros, pero carente de ideas claras. Y los demás partidos, sin peso político ni coherencia doctrinaria, camaleónicos cambian de color en cada debate electoral, y se alían con cualquiera para sobrevivir en tan difícil jungla. Es obvio: quien no tienen puestos, no tiene votos, y sin ellos, es muerte política segura. Más allá, estar dentro del estado, a muchos les garantiza alforjas repletas.

¿Cuál puede ser la salida? ¿Esperar que los gobiernos apliquen la Constitución Política de 1991? ¿Qué espontáneamente hagan respetar los derechos de los ciudadanos y cumplan con sus deberes? La respuesta está en la ciudadanía misma: pedagogía política desde los partidos realmente democráticos para que el ciudadano del común conozca sus derechos y sus deberes, invitarlo constantemente a votar en por programas serios de gobierno mostrando las ventajas de un cambio democrático, señalar las desviaciones del ejercicio de poder de nuestros gobernantes, y elegir candidatos comprometidos con costumbres políticas decentes. Jamás incitar a la violencia; nunca será una vía adecuada. Pero es difícil romper el statu quo, porque el TLC (teja, ladrillo y cemento en unas partes, o tamal, lechona, y cerveza en otras) va ganado de lejos. ¿Podremos derrotar electoralmente a ese sistema?

Por: Hernando Pacific Gnecco
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