También ganar es cuestión de método

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



A falta de unas horas para que finalice este extraño año, reviso en los anaqueles de la historia del fútbol una de sus facetas más polémicas, especialmente en países como Argentina, donde "gambetean la pobreza" a punta de pasión por la pelota pateada. Dentro de ese universo de magia, ambición y trampa, reluce como un diamante la figura de un viejo conocido de los colombianos, de los hinchas del Cali y de la Selección de los colores primarios: Carlos Salvador Bilardo.

Personaje realmente inverosímil. Diría, a propósito de él su enemigo para toda la vida, César Menotti, que el fútbol era tan generoso que finalmente impidió que Bilardo se dedicara a la práctica de la medicina, su carrera universitaria. De ese nivel son los enemigos que el estratega campeón mundial en 1986 se ha merecido: ganar le implicó sobre todo hacerse con enemigos reales.

Pero, y esto, ¿por qué? A ver. Bilardo tiene una faceta divertida, que a los argentinos les gusta mucho celebrar, tal vez porque la idiosincrasia popular del futbolista de aquellos lados se siente encarnada en la mística de la victoria que el técnico ha sabido recoger. Estamos hablando de un país que literalmente llora y se deprime cuando pierde con una pendejada como, en últimas, lo es el fútbol; no hablamos, digamos, de Finlandia, donde perder hace parte de la experiencia social o algo así… No obstante, el médico Bilardo, de la escuela de un club, Estudiantes de La Plata, que, de la nada, en los años sesenta pasados, lo ganó todo, también tuvo un lado casi patológico.

El Narigón nunca dejó de entrenar al máximo a sus jugadores, de prepararlos mentalmente despertándolos a las cuatro de la mañana a ver si recordaban a quién tendrían que marcar en el partido siguiente, de estudiar al rival hasta la obsesión, de vivir todo el tiempo de las concentraciones y vacaciones pendiente de ver cómo sacarles ventaja a los demás. Es famosa la anécdota de cuando se casó Maradona, antes del mundial de Italia 1990, y en plena fiesta mandó a Ruggeri a bailar cerca del brasileño Careca, a ver si podía medir bien la estatura de ambos y así asegurarse de que su defensa podría bloquear al delantero. Ni hablar de los seguimientos que hacía de sus jugadores en modo carro en persecución policíaca, cuando los obligaba a orillarse para explicarles alguna cuestión táctica. Los mantenía nerviosos: tendrían que ganar o ganar.

Y su engaño estratégico ("nada personal, ¿eh?"): el bidón con agua zafia que tenía listo el utilero para ofrecer con mañita al contrario y así atontarlo; la recriminación al médico de su equipo porque una vez dentro de la cancha no pisoteó al rival con disimulo; la recomendación a sus jugadores de que les dieran puñetacitos a los camilleros en las costillas, para que soltaran al transportador espectivo, se armara la zambra y ganar tiempo.

Todo un culto de la urdimbre, criticado y aplaudido a la vez. Y hay también una cantidad de locuras más espirituales que de algún modo aún más loco lo llevarían al triunfo debido quizás a la fe que les tenía, como esperar con el bus -yendo tarde al estadio para un partido de eliminatoria-, en el borde de la línea férrea, hasta que pasara el tren que siempre lo hizo antes de ganar los juegos previos. Ese era su método, invocar a los dioses de la fortuna a través de lo que sea que se le apareciera. A veces funciona, como vemos: la mente es pura reacción. A propósito: buen año, buena suerte en 2016. Parece que la vamos a necesitar.