¿Qué viene después?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



El posconflicto es un verdadero salto al vacío. Nadie sabe con exactitud qué es lo que viene después de marzo próximo (asumo que el 23 de marzo sigue siendo la fecha límite fijada en septiembre pasado). Nadie lo sabe, por la sencilla razón de que nadie puede saber el futuro, ni siquiera los que se dedican a adivinarlo.

 

Como abogados del diablo, concedamos que es cierto que muchos acuerdos de paz, firmados en medio de bombos y platillos, han fracasado. De nada ha servido que su texto haya sido redactado con sumo cuidado, que se haya tratado de prever las situaciones que podrían salirse de lo pactado, que haya habido testigos excepcionales al momento de la signatura de las partes, o que haya existido cuanta observación, veeduría, garantía, patrocinio, o acompañamiento internacional se haya querido.

Cuando un documento jurídico-político no ataca a la realidad, sino que es pura semántica coyuntural, simplemente no pasa nada.

Tienen razón parcialmente los de la ultraderecha que critican al acuerdo de paz de La Habana con el argumento de que hay posibilidades de que lo allí consignado no se cumpla. Es verdad, tanto como lo es también que nadie puede asegurar que mañana estará vivo.

Se equivocan, en cambio, en la misma materia en que lo harían sus criticados "ingenuos pacificistas" / "malévolos castrochavistas", quienes creen en la aventura (porque una aventura es) de la paz. Se equivocan en lo mismo porque le atribuyen al acuerdo de paz la potestad de cambiar la realidad -tal y como su contraparte lo hace-, al punto de calificar las concesiones a las Farc como una capitulación ilegítima del Estado colombiano, o como una sustitución de la Constitución, etc. No: si las Farc van a incumplir el contrato, ello será en todo caso independiente de su letra; de tal manera que, si hicieran falta más argumentos a favor de la paz, sería forzoso concluir que no hay mal mayor en ninguna negociación que culmine con un pacto, por más ingenuos que ambos parezcan. 

¿Qué viene después, entonces? Impunidad, como una cesión para ambas partes, en nombre de la paz. Una suspensión consciente de la jurisdicción ordinaria en aras de la transición, que no termina de entenderse por todos, ni de justificarse aún por sus promotores, pero que es la única salida entre desiguales que tendrán que igualarse para que haya un cese al fuego que pueda transformarse luego en convivencia pacífica, al cabo de muchos años. ¿Eso garantizará la recuperación económica que algún día permita mayor distribución de la riqueza? Quién puede saberlo con certeza tampoco: lo único seguro es que la discusión social podría al menos ser de un nivel que no pergeñe tarde o temprano la vuelta de la guerra: por ejemplo, el equilibrio económico, que por ley debe guiar la fijación del salario mínimo cada año, tal vez por fin se haga real.

¿Habrá paz en el campo, en las ciudades pequeñas e intermedias?, ¿no asesinarán a los miembros de uno y otro lado que traten de hacer política o de nada más andar por ahí…? Es un salto al vacío. Es un riesgo, como todo en la vida. Pero puede ser un riesgo controlado: dependerá de los colombianos, que, como siempre con terquedad lo he pensado, son los que deben darle un valor de verdad a sus compromisos: honrar la palabra empeñada por motivos cada vez menos inmediatistas no ha dejado de ser lo procedente, claro, hasta que exista otra solución: una mágica.