Los enigmas del fin de carrera

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Las posibilidades de mutación de oficio, de responsabilidades y de opciones de hacer lo que valía la pena, son mucho más amplias de lo que se puede creer. Cuando el propio protagonista piensa que ya todo quedó atrás, el destino, que no se detiene, le puede deparar la oportunidad de hacer algo insospechado.

 

Tal vez el caso más dramático de los últimos tiempos ha sido el del Papa Juan XXIII, que cuando fue nombrado Patriarca de Venecia era ya un venerable obispo que pensaba morirse respirando el salitre del despojos de esa potencia decadente. Pero vino el cónclave para reemplazar al Papa Pacelli y a sus casi setenta y siete años le tocó irse para Roma a reconocer las equivocaciones de muchos siglos y cambiar el rumbo de la Iglesia, para hacerla posible hacia el futuro. François Mitterrand, que tuvo que esperar hasta los sesenta y cinco, cuando cualquier francés está ya pensionado, para ser presidente de Francia, decía que había que aguantar con el entusiasmo intacto hasta al final del partido, porque siempre existía la posibilidad de hacer el gol de la victoria.

Precisamente un discípulo de Mitterrand se encuentra hoy ante el enigma del verdadero fin de su carrera. Laurent Fabius, Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, llegó al Quai d'Orsa y después de una trayectoria fulgurante, con sus obstáculos inevitables claro está, algunos de ellos considerados en su momento como insalvables. Con una formación ejemplar de alto funcionario en las mejores Escuelas de Francia, comenzó su recorrido como Jefe de Gabinete de Mitterrand en el Partido Socialista.

De ahí en adelante fue Diputado de la Asamblea Nacional, Jefe del grupo de su Partido y en dos ocasiones Presidente de la Corporación, Primer Secretario del Partido Socialista Francés, Ministro de varias carteras alrededor de los temas de economía y finanzas, y hasta Primer Ministro de Francia, el más joven de la historia republicana. Todo parecía indicar entonces que Fabius podría llegar, con su formación y su capacidad de trabajo, su experiencia en los laberintos del poder y un talante particularmente distinguido, a ser presidente de Francia. Así lo proponía una tendencia dentro del grupo socialista que le daba identidad propia como una de las cartas fuertes en la competencia.

Pero los descalabros no se hicieron esperar. El más sonado e impactante fue el de la transfusión de sangre contaminada con el virus del Sida a miles de hemofílicos en la época en la que Fabius era Primer Ministro. Entonces fue cuestionado duramente en un país en el que, a diferencia de las democracias tropicales donde nadie responde por nada, los máximos responsables del Estado tienen que responder por las fallas del equipo del gobierno.

A pesar de haber estado dispuesto a ir a la justicia, para hacer vivo el principio de que ningún funcionario está por encima de la ley, su carrera parecía herida de muerte, como quedó demostrado cuando fracasó en el intento por conseguir la candidatura presidencial en un país en el que para esos efectos no valen los apellidos ni hay candidatos "naturales" en razón de su parentesco o del "agenciamiento oficioso" de los medios, impulsados por sus dueños, a su vez interesados en alguna causa.

En Francia se dice que el Presidente Hollande lo hizo llamar a formar parte del gobierno, como Ministro de Relaciones Exteriores, porque era mejor tenerlo cerca y darle la oportunidad de jugar un papel internacional importante, en lugar de mantener la preocupación de atajarlo dentro del juego de la política interna. Pero Fabius no podía ser un ministro más, y decidió no desaprovechar la ocasión de contribuir a su propia resurrección. Entonces fue cuando comenzó, con cuidado de monja de clausura, a tejer el acuerdo mundial sobre cambio climático. Y a pesar de que los asuntos ambientales no habían sido su marca ni el objeto de su interés político, se adentró en la materia e hizo todo lo que un buen líder puede hacer en el terreno más insospechado.

La ovación que recibió en el momento en que anunció el éxito de la reunión mundial que compromete a los Estados del mundo, aún a los más perversos y grandes contaminadores, a no incrementar el calentamiento global por encima de un grado y medio hasta el año 2100, no fue cosa de protocolo ni de emoción reprimida por los participantes, que eran nada menos que los más sensibles negociadores a favor de la protección del ambiente en el planeta entero. Además de viajar por todo el mundo para echar las bases del acuerdo, rompió la ortodoxia de llevar a los Jefes de Estado a última hora para que se tomen a las volandas la fotografía y digan cualquier cosa. Los comprometió más bien a ir al comienzo, a manifestar su compromiso y a dejar instrucciones de contribuir al propósito de la cumbre.

Lo demás fue serenidad de buen jefe de navegación, flexibilidad, firmeza y sutileza en cuanto fueren necesarias. Y una determinación férrea de conseguir, como lo consiguió, apenas días después de los peores atentados terroristas contra la capital francesa, el primer acuerdo de cubrimiento universal en busca de la salvación del planeta que habitamos. Con todo, la aclamación de delegados del mundo entero a Laurent  Fabius puede que no sea el broche de oro de cierre de su carrera. Tal vez le convenga poner en práctica la recomendación de su maestro Mitterrand: esperar con el entusiasmo y el ánimo arriba hasta el pitazo final